Ese recién nacido
en brazos de unos padres orgullosos que posan para la cámara y los alegres
compañeros disfrazados de forma ingeniosa para un baile de máscaras tienen algo
en común. Todos ellos dejaron este mundo hace muchos, muchos años. Hoy son sólo
un recuerdo, a menudo desprovisto de contexto. Son como "monumentos al
humano desconocido", además de una mirada al pasado.
Y lo curioso es
que hay compradores interesados en adquirir estos "monumentos".
 |
Foto: Juan Giron |
Todo se compra y
todo se vende, incluso los recuerdos de un momento pasado.
Muchos recuerdan
las fotografías que eran habituales antes de la llegada de la era digital, ¿o
no? Un paseo por cualquier mercado de segunda mano, Rastro, venta de garaje o
"vide-grenier" (muy popular entre los franceses) nos muestra puestos
con multitud de fotografías en blanco y negro de segunda mano que pertenecieron
a alguien hace 40, 50, 100 o más años. En ellos se exponen imágenes que quienes
las tomaron en su momento esperaban que fueran imperecederas. Pero lo cierto es
que hoy ya no significan gran cosa: querubines anónimos con las mejillas
sonrojadas; matrimonios que posan delante de la iglesia o en el estudio, recién
salidos de la ceremonia nupcial; sin olvidar las fotos de situaciones que
representan la solemnidad como los premios académicos, la imposición de
medallas al mérito; recuerdos trágicos de hijos o hijas fallecidos, o fotos más
informales de vacaciones familiares o fiestas con amigos. Todas ellas
enigmáticas, porque no sabemos nada de esas personas salvo la imagen en esa instantánea que tenemos entre los dedos.
¿Cuánto cuesta un
recuerdo?
Todas estas
experiencias, estos retazos de vida, pueden comprarse hoy en día desde 2 a 60
euros por fotografía, dependiendo de su antigüedad (las de militares y personas
notorias se cotizan al alza). Pero, ¿por qué querría alguien comprar una
fotografía antigua que no tiene nada que ver con su vida personal? ¿Qué valor
puede tener para una persona totalmente ajena a esa circunstancia concreta
recuperar ese momento de celebración o incluso de tragedia personal en una foto
polvorienta en blanco y negro? Y estamos hablando de fotos de gente corriente,
no necesariamente de artistas o deportistas legendarios. ¿Qué utilidad puede
tener una fotografía en papel y en blanco y negro que reproduce una situación o
representa a personajes que nos son completamente desconocidos?
Uno de los
vendedores de este tipo de material en El Rastro, el famoso mercadillo de los
domingos de Madrid, me dijo recientemente que este interés por las fotos
antiguas no me debía sorprender. "Las fotos antiguas se venden muy
bien", decía. "Las compran los coleccionistas y hay un mercado muy
grande. Luego están los estilistas, que se inspiran en las imágenes; también
los profesionales de la moda, que recrean modelos de vestir de una determinada
época, y además recibimos muchas peticiones de algunos escritores, así como de
guionistas o gente de servicios de documentación de cine o televisión para
reproducir con exactitud el tipo de ropa, el corte de pelo o la clase de
vehículos en una época concreta en la que se va a desarrollar la historia de su
guión. Y como hay gustos para todo", concluye, "a otras personas les
encanta enmarcar estas fotos y utilizarlas como decoración 'vintage' en sus
casas".
Lo cierto es que
las fotos familiares antiguas impresas son más duraderas que las imágenes
digitales. Mientras la fotografía en papel se mantenga alejada de la humedad y
no se queme, puede durar siglos. Y por eso aún se pueden encontrar fotos que
datan del XIX (sobre todo a partir de la
década de los años 60 de ese siglo) hasta mediados del siglo pasado.
Estas fotografías
pertenecían a familias, a individuos. Pero es bien sabido que nada dura para
siempre y, con la muerte de una persona, sus objetos personales -incluidos los
libros, las fotografías y otros artículos que haya podido coleccionar con tesón
a lo largo de su vida- son heredados por familiares que no sienten ningún apego
por estos objetos y, por tanto, no siempre quieren conservar lo que era tan
preciado para los propietarios originales del material. En esta dinámica de
devorar la "pequeña historia", los mercadillos y comerciantes de
segunda mano acaban haciéndose con el material heredado y, a su vez, lo colocan
en el circuito de compraventa de segunda mano.
 |
Foto: Juan Giron |
Antes de la
llegada de la era digital, la gente hacía fotos para inmortalizar los momentos
de su vida más queridos, más entrañables: nacimientos, bautizos, bodas, a veces
incluso funerales, reuniones familiares, grupos de amigos, fiestas de todo
tipo. A principios del pasado siglo, había personas de extracción humilde que
apenas poseían un par de fotos. A menudo eran las de su boda y las de su
familia más directa, a veces enmarcadas y colgadas en la pared, y a menudo se
consideraban verdaderos tesoros en la casa.
¿Puede el fondo
del cajón de un mueble ser más seguro que la infraestructura de datos en la
nube?
Las clases medias
solían guardar las fotografías familiares en álbumes, y aún hoy se pueden
encontrar estas colecciones en los hogares, a veces en el fondo de un cajón. El
valor de estas fotografías radica en que documentan un trozo de vida, una
experiencia, y desencadenan los recuerdos de quienes vivieron esas situaciones.
Hoy en día, se
toman cientos de miles de fotografías digitales con cualquier pretexto. La
esperanza de vida de estas imágenes está indisolublemente ligada a la
resistencia del soporte en el que se almacenan: la tarjeta de memoria del
teléfono móvil, un disco duro externo, el almacenamiento en la web, los
archivos en la nube (que no es más que una extensa red de discos duros
interconectados situados en lugares más o menos distantes, pero también
susceptibles de sufrir una caída y perderse para siempre en el éter, y no sería
la primera vez que esto ocurre).
Los expertos
admiten que los discos duros duran unos seis años antes de volverse ilegibles;
por otro lado, los servidores de los grandes centros de datos civiles se suelen
sustituir cada cuatro años para evitar la pérdida de contenidos. El adagio de
que "nada dura para siempre" nunca ha sido más cierto que en la era
digital.
 |
Foto: Juan Giron |
La imagen
analógica, en blanco y negro, impresa en papel satinado, seguirá sobreviviendo
a los siglos, aunque habrá perdido la batalla de la memoria legítima de muchos
de sus protagonistas. La fotografía digital sigue conservando ese recuerdo,
porque quienes la tomaron y sus protagonistas suelen seguir con nosotros.
¿Cuánto durará? Dependerá de cómo y dónde se almacene el archivo gráfico,
aunque las expectativas no son muy halagüeñas si lo comparamos con el papel o
el negativo analógico.
No podemos
descartar nada. Quizá dentro de 50 años, un siglo o más, haya
"cibermercados" (¿con sede en China? ¿con sede en Marte?) con
clientes que compren al por mayor tarjetas de memoria de teléfonos móviles o
cajas de discos duros antiguos para rebuscar en ellos imágenes de cómo éramos
en el tiempo presente.
O tal vez no
sientan la suficiente curiosidad por nosotros como para molestarse en mirar
atrás.
Comentarios
Publicar un comentario