Una arquitectura de cine que languidece con los años

Fotos: Juan Girón Roger.
En su buena época, la Gran Vía madrileña contó con al menos 13 salas cinematográficas de postín. Yo vi "La noche de los muertos vivientes" en una sesión matinal del cine Rex, rodeado de empleadas de Galerias Preciados que debían de entrar a trabajar más tarde y se comían un bocata mañanero contemplando cómo los zombis se zampaban las vísceras de sus conciudadanos que aun estaban vivos. Traigo esto a colación porque la industria de las salas cinematógraficas está pasando por horas bajas. Hacen daño las plataformas multimedia tipo Netflix o Disney que estrenan directamente sus películas en la pequeña pantalla para sus abonados. Hizo mal la pandemia, que supuso el cierre temporal y luego definitivo de no pocos establecimientos de este sector. Algunos supervivientes se aferran a las grandes cadenas que tienen sus salas desperdigadas a través del tejido de grandes centros comerciales del país.
Lejos están los días de la sesión continua, o de los cines como el Madrid ( hoy una gran superficie que vende pequeños electrodoméstios y tecnología) donde los acomodadores eran señoras.
Como muestra, un botón. He pasado unos días por Vigo, una ciudad gallega donde hasta los 70 del pasado siglo había infinidad de cines: el Cinema Radio, el Cinema Ronsel, el Tamberlyck, el García Barbón ( ahí ví yo "La muerte tenía un precio" en 1970, pero hoy sólo funciona como teatro), el Fraga ( cerrado a cal y canto), el Niza, el Ideal Cinema, el Santiago de Vigo, el Roxy, el Odeón y el Royalty ( estos dos últimos tuvieron como arquitecto al francés Pacevicz, que trabajó mucho para las grandes fortunas conserveras en los años 20). Nada que ver con las salas que aún perviven en ese puerto de mar gallego, me alcanzan los dedos de la mano para contar los establecimientos que aún no han echado el candado a sus puertas.
Sobre estas líneas, el impresionante edificio del antiguo cine-teatro García Barbón. Las dos fotos con imágenes en blanco y negro, con los cines Odeón y Royalty, provienen del Archivo Pacheco y se están mostrando estos días en una exposición municipal en la calle del Príncipe, en Vigo.
Recuerdo que había un cine sobre cuya pantalla relucía un reloj circular iluminando la hora para advertir a los jovencitos del paso del tiempo si se quedaban a ver la primera parte de la película que se habían perdido al llegar ( esto tenía sus riesgos, si te topabas con algún amigo que decidiera contarte el final o considerase meritorio irte anunciando lo que iba a pasar en la película a continuación). Algunos cines retumbaban cuando la chiquillería acompañaba a golpes de zapato la música genérica de tal o cual distribuidora ( Filmax, Suevia, Exclusivas Floralba...) y esos mismos críos solían ser la pesadilla de los acomodadores. Con todo, era un fantástico lugar para pasar una tarde y descubrir dos títulos cinematográficos, más el No-Do o los complementos de dibujos animados ( tipo Tom y Jerry).
Las plataformas multimedia, que permiten ver películas hasta en un teléfono móvil ( un buen negocio colateral para las ópticas), ya han hecho sombra hasta a las denostadas descargas de películas peer-to-peer a las que en su momento se identificaba con la piratería, el filibusterismo y la patente de corso, y se hacía responsable del cierre de las salas de cine . Y éstas, que ahora hasta proyectan conciertos de Ópera para ganar un nuevo nicho de clientes, se debaten, con mayor inquietud si cabe, por mantener la cabeza fuera del agua.

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