Dubái: el reverso de la medalla de una mega urbe.
Texto y fotos: Juan Girón Roger.
La capital financiera de los Emiratos Árabes Unidos (el centro político es Abu Dhabi) no cesa de crecer. Sede de la torre más alta del mundo ( Bourj Khalifa), sus rascacielos se extienden ampliando los límites de esta urbe del Golfo Arábigo. Las viviendas de barro del siglo XIX dieron paso, a partir de 1966, al nacimiento de una moderna ciudad con vocación de eclipsar a las ciudades más avanzadas del mundo.
La rentabilidad del petróleo descubierto en sus tierras desérticas ha hecho posible el milagro dubaití. El Dubai Trade Center fue la primera construcción que llegaba a los 39 pisos, allá por 1979. Hoy, el mercado inmobiliario está en auge, mientras la ciudad se mantiene a la cabeza en la construcción de mega torres y rascacielos.
Del suelo de Dubái han brotado más de 190 rascacielos por encima de los 150 metros de altura ( se calcula que en 2030 se llegará a los 250): hay un rascacielos por cada 17.000 habitantes (más que en Tokio o Nueva York). Por si esto fuera poco, Dubái tiene el récord, fuera de China, de los llamados rascacielos super altos ( supertall skyscrapers) con una veintena de construcciones que superan los 300 metros de altura, por delante de Nueva York y Hong Kong.
La construcción supone el 8% del PIB de Dubái, en un negocio que mueve más de 50.000 millones de dólares. Para hacer posible todo este desarrollo, hace falta mano de obra.
Agencias especializadas reclutan obreros en países como Bangladesh, Nepal, Pakistán e India. Varios organismos internacionales como Human Rights Watch se han hecho eco de contratos de obreros no cualificados en condiciones difíciles.
Estos inmigrantes temporales reciben una remuneración equivalente a unos 360 euros al mes y tienen que cumplir jornadas que superan ampliamente las 12 horas (llegan en ocasiones hasta las 18). No es raro que se les retengan los pasaportes (así les resulta imposible cambiar de trabajo o volver a sus países), se los hacine en alojamiento en condiciones insalubres ( a veces deben pernoctar en la obra) para, a continuación, soportar un entorno de trabajo extremo (las temperaturas en los meses cálidos superan los 45 grados). Los equipos de obreros trabajan a lo largo de todo día y hay turnos que llegan en autocares al caer la tarde para continuar las tareas durante la noche. Estos trabajadores llegados de países con grandes desafíos socioeconómicos no ignoran que cualquier protesta puede terminar en la deportación.
La premisa es simple: o lo tomas o lo dejas. Y la mayoría de estos obreros lo acepta. Y es que, en sus países de origen, las cosas no están mejor y por ello, prefieren obtener algunos ingresos, aunque sea a cambio de unas condiciones laborales más que precarias.
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