Fue el autor más leído después de la Biblia: Blasco Ibáñez, el Zola español.

Por Juan Girón Roger. Fotos: fundacionblascoibanez.
Abogado elocuente, apasionado periodista, político comprometido, literato universal, colono, aventurero, mujeriego, fanfarrón, bon vivant, inconformista e indómito. El escritor Vicente Blasco Ibáñez fue un luchador nato, aunque no siempre salió victorioso de sus lides. Había nacido en 1867 en el seno de una familia de humildes tenderos. Uno de sus primeros recuerdos de infancia, cuando tenía tan sólo seis años, fueron las barricadas levantadas en las calles durante una rebelión cantonal. Ese ambiente turbulento sería determinante en su futuro activismo republicano.
La lectura de “Les miserables”, de Victor Hugo, lo decidió a convertirse en “un escritor revolucionario”. No en vano, fue un profundo admirador de los valores de la revolución y la cultura francesas. “Todos los hombres de talento”, escribió, “tienen dos patrias: una, en donde nacieron; la otra es Francia”. Se convirtió en un fenómeno de masas en Hollywood (con varias películas basadas en sus obras). En su época, fue celebrado como “el Zola español”: el éxito de internacional de “La barraca” en Francia consolidó su proyección fuera de España. Y es que en su patria sólo había conseguido vender 500 ejemplares de esta novela, mientras que, tras la publicación en Francia y las sucesivas traducciones a otros idiomas, las ventas llegaron a superar el millón de ejemplares en todo el mundo.
En España, los escritores de su tiempo no lo tuvieron en muy alta consideración, pues lo veían como un activista político que escribía novelas. Quizá envidiaban su portentosa capacidad de convocatoria de masas. Lo que no era envidiable era las continuas denuncias y sus numerosas entradas y salidas de prisión (¡acabó tras las rejas en más de 30 ocasiones!). Entre 1889 y 1891, Blasco Ibáñez tuvo que exiliarse en París por haber promovido manifestaciones contra la monarquía alfonsina y ser acusado de injurias a líderes carlistas.

“La libertad no es un regalo que se recibe, sino una conquista que se gana cada día”
En 1887, sus convicciones anticlericales lo llevaron a ingresar en una logia masónica con el nombre de “Danton” en Valencia. Cuatro años más tarde, desde su exilio de París, presentó su candidatura como diputado por el partido Unión Republicana (conseguiría ser reelegido hasta siete veces). Este cargo le proporcionaba una conveniente inmunidad parlamentaria; pero no por ello dejó de verse envuelto en incendiarias polémicas antimonárquicas ni tampoco en diversos duelos a pistola.
Desde un punto de vista político”, explica a Herodote.net el abogado Ignacio Soler, presidente de la Fundación Centro de Estudios Vicente Blasco Ibáñez, “fue una de las figuras que más trabajó para hacer posible la llegada de la II República en España, especialmente después de la campaña que organizó a nivel internacional contra la dictadura de Primo de Rivera y la monarquía de Alfonso XIII. Desde finales del siglo XIX y el primer cuarto del siglo XX, transformó Valencia en una isla republicana en una España totalmente monárquica”.
Su visión de la república, el llamado “blasquismo”, hundía sus raíces en el ideario de los “sans-culottes” revolucionarios y propugnaba el republicanismo, el anticlericalismo y el reparto de la propiedad. Al final, decepcionado por los enfrentamientos internos del republicanismo valenciano que él había creado, renunció a su escaño en 1908 y abandonó definitivamente la política activa. Fue entonces cuando se instaló en Madrid y se enfocó en la literatura como herramienta para luchar por la justicia social. ” Hay que fijarse en el desastre económico de nuestra patria durante los últimos años”, escribiría en un manifiesto desde París en 1925, evocando el llamado ‘Desastre de Annual’ que se había producido cuatro años antes, “o sea desde que al eterno niño que aguanta España en el trono, cansado de vestirse de payaso para jugar al polo y de correr en automóvil, se le ocurrió echarlas de general, metiéndonos en la terrible e inútil aventura de Marruecos”.

Utilizó eficazmente el “cuarto poder” para difundir sus ideas. Trabajó en varios medios como periodista, y en 1894, fundó el diario “El Pueblo”. Desde sus rotativas, lanzó corrosivas campañas contra la forma en que el gobierno estaba manejando la sublevación en Cuba, contra la manipulación norteamericana para pasar a controlar aquel territorio ( se le hizo un consejo de guerra y fue a la cárcel por participar en una manifestación ilegal contra EEUU) y contra el envío al frente de los hijos de los pobres ( los llamó "el rebaño gris”, jóvenes cuyas familias -a diferencia de las más acomodadas- no podían permitirse pagar la exención ni contratar a un sustituto que fuera a la guerra de Cuba por ellos ).
“Soy un hombre que vive y, cuando le queda tiempo, escribe”
En 1909, lo contratan para dar una serie de conferencias en Argentina junto a Anatole France, con quien entabló una amistad basada en afinidades ideológicas y literarias. Aquel país fascina a Blasco Ibáñez y decide volver. Interrumpe así su labor literaria durante varios años para dedicarse a crear colonias socialistas en las regiones argentinas de la Patagonia y el río Paraná. En aquellas tierras al otro lado del Atlántico, fundó colonias agrícolas como “Nueva Valencia” y “Cervantes”, a las que llevó colonos valencianos expertos en el cultivo de arroz y cítricos. Pero su espíritu emprendedor y su entusiasmo no se vieron acompañados por la fortuna. Blasco Ibáñez acabó prácticamente arruinado a resultas de su aventura americana y tuvo que volver a París en 1914. Con todo, los procedimientos que introdujo sentaron las bases para el desarrollo arrocero de Corrientes y Río Negro, regiones que hoy están a cabeza de la producción arrocera en Argentina.

Blasco Ibáñez conoce el estallido de la Gran Guerra en un hotelito del barrio de Passy, junto al Bois de Boulogne de París, donde se había instalado a su regreso de Argentina. Desde el primer momento, se vuelca en el combate ideológico desde una perspectiva abiertamente francófila. En esta línea, publica nueve tomos de “Historia de la guerra europea de 1914” y escribe la trilogía sobre la Gran Guerra: “Los cuatro jinetes del Apocalipsis” (1916), “Mare Nostrum” (1918) y “Los enemigos de la mujer” (en 1919).
En una carta de 1922 a su yerno, que era editor, Blasco Ibáñez le anuncia su intención de escribir un nuevo libro titulado “El quinto jinete del Apocalipsis”. No hay constancia de que lo hubiera iniciado, pero su temática, 23 años antes del estallido de la Segunda Guerra mundial, era ciertamente premonitoria: “Así como ésta [Los cuatro jinetes del Apocalipsis] fue la novela de la guerra, el nuevo libro será el libro de la posguerra”, escribió Blasco Ibáñez en aquella misiva, “o mejor dicho, de la inutilidad de la pasada guerra y de la seguridad de que no tardará muchos años en surgir una nueva guerra, más terrible que la otra, si es que los hombres no se enmiendan y viven con arreglo al sentido común. Esta novela me la ha inspirado la situación actual de Europa, que no puede ser más complicada y más amenazante, y el estado de opinión en los Estados Unidos”.
Blasco Ibáñez “made in Hollywood”
En Hollywood, a Vicente Blasco Ibáñez se lo consideró como un fenómeno literario y una mina de oro para la industria del cine. Fue probablemente el novelista europeo más adaptado en vida por la Meca del Cine, con no menos de siete de sus novelas llevadas a la gran pantalla. Todo comenzó cuando, en 1918, la norteamericana Charlotte Brewster Jordan compró por 300 dólares los derechos para traducir “Los cuatro jinetes del Apocalipsis” al inglés (pecando de un exceso de ingenuidad en los negocios, Blasco Ibáñez firmó un documento que concedía a la traductora el 7,5% de los derechos de la publicación de esta obra en EEUU, mientras que el autor sólo percibió el 2,5%). Pero lo que el valenciano perdió en dinero lo ganó en celebridad internacional.
El universo propuesto por el escritor valenciano provocó un verdadero flechazo entre los espectadores estadounidenses. Sus historias estaban llenas de sensualidad, acción y dramatismo, lo que encajaba a la perfección con los gustos del público de aquellos años: se trataba de una receta idónea para el Séptimo Arte. Se rodaron así los grandes éxitos de Blasco Ibáñez en el cine: “Los cuatro jinetes del Apocalipsis” ( en 1921, que lanzó a la fama internacional al “ latin lover” Rodolfo Valentino -y de la que David Wark Griffith dijo que era una de las 10 mejores películas de todos los tiempos-; y en 1962, con Glenn Ford y dirigida por Vincente Minnelli); “Sangre y Arena”( la primera versión fue en 1916, en coproducción hispano-francesa rodada en España y que dirigieron el propio Blasco Ibáñez y Max André; después vendrían la de 1922 con Rodolfo Valentino; la de 1941, con Tyrone Power y Rita Hayworth, y otra en 1989, con Sharon Stone). Greta Garbo, la mítica actriz sueca, fue la protagonista de otras dos películas de gran éxito basadas en la obra del autor valenciano : “Torrent”( en 1926, una adaptación de “Entre naranjos”) y “The Temptress” (también en 1926, basada en “La tierra de todos”).
Las películas sirvieron para catapultar su prestigio internacional: en 1921, “The Illustrated London News” calificó “Los cuatro jinetes del Apocalipsis” como el libro más leído del mundo, aparte de la Biblia, y en 1924, fue votado por una revista literaria neoyorquina como el segundo escritor más celebre del mundo (el primer puesto lo ocupaba H. G. Wells). Poco antes, Blasco Ibáñez había declarado a un diario español: “Hace dos años y medio, me avergonzaba de mis fabulosas ganancias. Hoy, ya no; las encuentro naturales y quiero aumentarlas. Rudyard Kipling, Wells y yo somos los tres escritores que ganamos más dinero en el mundo (…) Y así hago esta vida mezclada de príncipe y esclavo: príncipe, por mis automóviles, por mis jardines en la Costa Azul, por mis relaciones internacionales constantes con los huéspedes de París, Montecarlo y Nueva York; de esclavo, porque sigo trabajando de 12 a 14 horas diarias, escribiendo novelas o dictando pequeñeces a mis secretarios”.
“Prefiero equivocarme yendo en busca de novedad, a conseguir aciertos fáciles”
El Hexágono desempeñó un papel crucial en su vida. Fue una vivencia ambivalente: un premio y un castigo. “Si tuviera que simbolizar alguna vez al pueblo francés “, escribió en 1890, “lo pintaría como Jano, con dos caras: una en que estuviera retratada esa serenidad sublime, esa sonrisa celestial y grandiosa de los héroes y los genios que miran a porvenir, y otra contraída por el gesto canallesco y la risa estúpida de lo irracional”.
Francia fue para él tierra de asilo y le sirvió de plataforma para su proyección literaria. Y es que Blasco Ibáñez eligió la “Ville Lumière” como santuario para escapar de los frecuentes arrestos que le acarreaban su actividad antimonárquica y anticlerical, sus rebeldías contra el orden establecido y sus manifestaciones públicas contra Antonio Cánovas, presidente del consejo de ministros y artífice de la Restauración borbónica en España.
Durante sus periodos de exilio en París, entró en contacto con tendencias del pensamiento progresista europeo tales como el republicanismo y el naturalismo literario de Victor Hugo y Emile Zola. En Francia, su principal traductor fue Georges Hérelle ( 1848-1935), cuyas traducciones ayudaron a popularizar al escritor valenciano en el Hexagono: “Terres maudites” ( “La barraca”) publicada en 1901 en “La Revue de Paris” y en volumen en la editorial Calmann-Lévy; “Les quatre cavaliers de l’Apocalypse”( “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”) que fue un gran éxito en ventas por su feroz crítica a la barbarie de la Primera Guerra mundial; “Arenes sanglantes” ( “Sangre y arena”), un título que ayudó a reforzar la imagen romántica y trágica del toreo en el imaginario cultural francés, y también “Dans l’ombre de la cathédral”( “La catedral”) y “La horde”( “La horda”) , entre otras. Un claro ejemplo del desfase de la obra de Blasco Ibáñez a la hora de llegar al público francés fue “Boue et roseaux” ( “Cañas y barro”), una novela publicada en 1902 sobre la lucha por la subsistencia de los arroceros y los cambios sociales a comienzos del siglo XX en la zona de La Albufera valenciana. Este drama no llegó a las librerías del Hexágono hasta el año 2000, casi un siglo después de que se publicara en español.
Con todo, su relación con Francia fue intensa. Fue nombrado Comendador de la “Legion d’Honneur” en 1906 por su labor literaria y su influencia cultural en defensa de las ideas republicanas y progresistas. Tuvo amistad con el presidente Clément Armand Fallières; mantuvo excelentes relaciones con Théophile Delcasé, otro periodista de izquierdas nombrado ministro de Asuntos Exteriores; y estuvo muy próximo a Marcel Sembat, ministro de Obras Públicas. Todo ello propició una audiencia con el presidente Raymond Poincaré en 1915. En la misma, el presidente lo calificó de “soldado de pluma” al servicio de Francia durante la Primera Guerra Mundial. “Quiero que vaya usted al frente”, le dijo, “pero no para escribir en los periódicos. Vaya como novelista. Observe y, tal vez, de su viaje nazca un libro que sirva a nuestra causa”. Blasco Ibáñez parte con el ejército francés a diferentes puntos del frente en la región del Marne y trabaja con la Section Photographique de l’Armée française (SPA) que tenía como misión contrarrestar la propaganda alemana. Durante esos años, pronunció encendidas conferencias sobre la necesidad de que los países neutrales -como España y los Estados Unidos- entrasen en la contienda y publicó numerosos artículos a favor de los Aliados en la prensa española y en Hispanoamérica. En un momento dado, su precaria situación económica lo obligó a mudarse del exclusivo barrio de Passy al 4, rue Rennequin, próxima a la avenue Wagram. Es en ese modesto estudio donde escribe “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, que se publicaría en 1916 como folletín en “El Heraldo de Madrid”.
“Dos fuerzas nos ayudan a vivir: el olvido y la esperanza”
Ya disfrutando de una situación acomodada, dio la vuelta al mundo (cuyas vivencias reflejó en “La vuelta al mundo de un novelista”, 1924) y, a su regreso a Francia, descubre que en España se ha instaurado la dictadura del general Primo de Rivera (etapa histórica que comenzó en septiembre de 1923). Retoma entonces su espíritu de agitador e inicia una virulenta campaña de manifestaciones contra Primo de Rivera y contra el rey Alfonso XIII (quien había legitimado al dictador nombrándolo jefe del Gobierno y presidente del Directorio Militar). Estas iniciativas le cierran las puertas del reconocimiento oficial en su país de origen. Con un estado de opinión que le era contrario, él mismo renunció a su posible candidatura para ser miembro de la Real Academia Española.
Cinco años después de su prematura muerte por neumonía en 1928 (antes de cumplir los 61 años), la segunda república española hizo trasladar sus restos desde la Costa Azul, donde tuvo su residencia los últimos años de su vida, hasta Valencia. Así lo había dejado escrito en sus últimas disposiciones: quiso ser enterrado en su tierra, pero tan sólo cuando España fuera una república.
Nadie es profeta en su tierra. Blasco Ibáñez no se libró de este estigma: fue criticado por ambos lados del espectro político de la piel de toro. Por las derechas, debido a su antimonarquismo, ateísmo y anticlericalismo. Y también fue denostado por las izquierdas, que lo acusaron de ser incongruente entre su ideología izquierdista, por un lado, y , por otro, su vocación colonialista y sus posesiones en la Costa Azul (su villa Fontana Rosa, en Menton).
Entre sus compañeros de oficio en España, no tuvo mucha más fortuna. El análisis de Ignacio Soler revela las raíces de la ignorancia por parte de sus colegas de las que el autor fue víctima en su propio país: “Mientras que la mayoría de los escritores españoles de la época (Generación del 98) vivían en condiciones económicas precarias,” subraya Soler a Herodote.net, “y que sus obras no superaban las fronteras de España, Blasco Ibáñez logró cruzar las fronteras nacionales y convertirse en millonario gracias a la traducción de sus novelas y a los derechos de adaptación al cine. Además, ganaba sumas enormes para su época escribiendo artículos para varias cadenas de prensa norteamericanas, así como para periódicos en Francia y en toda América hispana. Este éxito le valió el desprecio de los escritores españoles de la época, que criticaban/sobrestimaban su obra por ser demasiado ‘popular’. Una cualidad que Blasco buscaba intencionadamente, ya que su deseo era que la cultura llegara a todas las capas de la sociedad, en particular a las más humildes”.y que se trata de publicidad para vender más libros
”.Se dijo en su época que en Blasco Ibáñez se daba la paradoja de que, al alcanzar fama universal, la había perdido en su patria. Y es que sus coetáneos no veían con buenos ojos su arrollador éxito internacional. Se cuenta que cuando Ramón María del Valle-Inclán, el escritor modernista gallego, se enteró del fallecimiento de Blasco Ibáñez, no dudó en afirmar: “No he leído a Blasco Ibáñez; pero seguro que no está muerto y que esto es publicidad para vender más libros".
[Publicado previamente en Herodote.net: https://v1in.mjt.lu/nl3/gAim9TPa2sfwPzK9VkeURA? ]

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