Notre Dame de París: adiós a la pátina medieval
Texto y fotos: Juan Girón Roger.
La restauración de la catedral de Notre Dame de París no estuvo exenta de polémica. Tras el incendio de 2019, ese templo emblemático de París sufrió una transformación que ha buscado recuperar el brillo que la catedral debió tener poco después de su última restauración en 1867 (la construcción principal databa de 1345).
La renovación ha costado cerca de 850 millones de euros, financiados en su mayoría por donaciones internacionales. Unos 2.000 especialistas y más de 250 compañías intervinieron en esta compleja restauración. El presidente Macron apoyó un concurso para sustituir seis vidrieras diseñadas en el siglo XIX por Viollet-le-Duc – el arquitecto que añadió la icónica agua central de Notre Dame, inexistente en el diseño anterior a su restauración- por otras nuevas. Hubo una reacción furibunda de la Comisión Nacional del Patrimonio y la Arquitectura de Francia que recordó que la carta de Venecia de 1964 impide reemplazar elementos históricos bien conservados por otros más actuales. Más de 230.000 personas firmaron una petición contra esa modernización.
Reliquia de la Corona de Espinas, una de las más importantes de la cristiandad, que comporó Luis IX de Francia en 1239 y que hoy se guarda en este relicario dorado y cristalino que simboliza el sacrificio y la fe.
Al final, se hizo lo que el presidente de la República francesa y la Diócesis de París habían decidido y las seis vidrieras centenarias se han sustituido por las que diseñó Claire Tabouret, una artista francesa radicada en Los Ángeles, que ha aportado una mirada moderna a la restauración.
El resultado total es un espacio luminoso, con piedra clara, colores como recién pintados. Se han restaurado miles de estaturas y piezas del siglo XIII con policromía original que se modelaron a mano según métodos medievales, incluyendo gárgolas, quimeras y otras figuras mediante técnicas de artesanía tradicional y moderna tecnología.
La nueva Notre Dame brilla. Al atravesar su pórtico, uno tiene la impresión de entrar en un templo moderno. Ya no están los colores desvaídos de las pinturas. Tampoco las ennegrecidas piedras milenarias. Ni el lóbrego y oscuro interior de la catedral en la que Victor Hugo situó a Quasimodo. Les cuento un secreto: yo casi echo de menos la sensación de inmersión en el pasado que experimentaba al entrar en Notre Dame antes del incendio.
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