Buero: con los ojos abiertos de par en par a la verdad.

Era un dramaturgo que experimentó en sus propias carnes el pegajoso sabor de la tragedia, el regusto amargo del drama. La Comunidad de Madrid, en las antiguas instalaciones madrileñas de la cervecera El Águila, rindió recientemente homenaje a Buero, un autor inmortal de la dramaturgia en español: "Buero será su obra".
Antonio Buero Vallejo, nacido en 1916 en Guadalajara, vivió varias vidas. Desde niño, le gustó dibujar y leer. Su padre era militar y fue fusilado por los republicanos en 1936.
El sería llamado a filas y posteriormente se interesaría por la reorganización del partido comunista, del que acabó distanciándose. Pero, acusado de adhesión a la rebelión, fue condenado a muerte en 1939. En presidio, conoció al poeta Miguel Hernández (del que me destacó, en un encuentro periodístico, “su magnífica ingenuidad infantil” y “su hombría de bien”).
Conmutada su pena por 30 años de prisión, Buero Vallejo conoció diferentes penales. En 1946, dejó la reclusión gracias a la libertad provisional y de ahí se comenzó a gestar su talento dramático, sin duda alimentado por las vivencias de todas las personas que conoció tras las rejas de la cárcel.
“Historia de una escalera”, acabada en 1948, supuso su consagración teatral que marca el comienzo del teatro español de la posguerra, un título emblemático de su carrera que también sería llevado a la gran pantalla.
Un teatro simbolista, de crítica social y contenido histórico fueron los temas recurrentes de Buero. A lo largo de su carrera, tuvo que enfrentarse a la censura que dejó sin estrenar varias de sus obras que no verían la luz hasta la Transición. Fue testigo comprometido de la sociedad que le tocó vivir. Sus personajes reflejan el drama, la injusticia, la violencia que azotan a nuestra época.
En 1971, ingresó en la Real Academia Española. Fue reconocido en vida con el Premio Cervantes y el Premio Nacional de las letras españolas. En 1982, me confesó que ya no encontraba el proceso creativo estimulante. “Yo no siento ese placer (…) No me atrevo a llamarlo disfrute siquiera, sino más bien tortura. Y cuando se termina, tampoco se queda uno satisfecho. Es algo que no tiene solución”.
Falleció en el año 2000. Su testamento son 26 piezas de teatro imprescindibles para conocer la historia de España y buena cantidad de dibujos que demuestran el talento del artista con los lápices y los pinceles.

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