Noruega: historias de ballenas, de salmones y de pepinos de mar

 Le llamaban " No Fish" Olsen ( Olsen, " ni hablar de peces") , porque se oponía a que los pesqueros comunitarios lanzasen sus redes en aguas noruegas. Tenía fama de intransigente. En 1996, visité el país escandinavo, gracias a los buenos haceres de su embajada en Madrid. Conocí Stavanger, una ciudad que vivía del mar; Oslo, la cuidada capital (salvo junto a la estación de ferrocarril, poblada por jóvenes de frecuentacion poco recomendable); Tromsø, la capital del Ártico, y Lofoten, donde había casas de madera multicolores y bacalaos colgados a secar fuera como aquí se extienden las sábanas ( pregunté si no les preocupaba que alguien se los llevara al pasar por allí, me respondieron que a ningún noruego se le pasaría ese pensamiento por la mente… yo me imaginé una extensión al aire libre en España , sin verjas, llena de jamones serranos colgados de un cordel y  aireándose al sol… no, está claro que nosotros no somos escandinavos ni siquiera en las ideas). También en Lofoten, me hicieron visitar un  hotel sobre el agua en cuya sala de estar había un agujero para que pescaras si te aburrías, entre otros lugares preciosos y pintorescos. Por si fuera poco lo anterior, experimenté las noches blancas: una luna brillantísima iluminaba todo como si fuera de día durante toda la noche (en la ventana del dormitorio de mi  hotel  había un recubrimiento de hule para evitar que se colara la luminosidad en la habitación y pudieras pegar ojo por la noche).

También visité los museos vikingos con sus drakkares o barcos largos en los que viajaban estos feroces marinos para perpetrar sus incursiones de pillaje y destrucción  ( justificadas históricamente por la abundancia de hambrunas en sus tierras) ;  vi el sol de medianoche, una bola de fuego incandescente de color anaranjado que brillaba en el cielo a eso de las 24:00 generando mucha luminosidad. Pateé las ciudades que visité y me entrevisté con lugareños periodistas y también con ministros del petróleo y de la pesca. 

También visité Sandefjod, la capital ballenera del país. Es sabido que los noruegos cazan ballenas desde el siglo IX, así que nos mostraron que aquella tierra y las familias que allí vivían dependían de la caza del cetáceo, una actividad que está muy mal vista a nivel internacional. Sus clientes eran sobre todo empresas japonesas, que se llevaban la carne para que, en los restaurantes más exclusivos, se la comieran con palillos y también había gran demanda de los órganos genitales del mamífero marino ( de considerables dimensiones) para  fabricar afrodisiacos y una amplia gama de potenciadores de la libido masculina ( los exportaban dentro de unos enormes contenedores cilíndricos que parecían reclamos de "sex shop" a lo bestia). Vi la nave que utilizaban para practicar el "whaling" (caza de la ballena), un barco ballenero, y la máquina lanzadora de arpones sobre la cubierta de la embarcación que servía para herir de muerte al animal. Según los responsables balleneros, los animales no sufrían apenas gracias a la exactitud de los arpones y la pericia de quienes los utilizaban. En este sentido, cuentan que en el siglo XIX, un capitán noruego, movido por motivos humanitarios y para que los animales sufrieran menos, muriendo más deprisa,  inventó un arpón en cuya cabeza había una carga de dinamita  que explotaba al entrar en contacto con la presa.  Volviendo a nuestro barco ballenero, uno de los miembros de la tripulación, quizá descontento por algún motivo laboral, fuera de las cámaras y lejos de los oídos de sus jefes, confesó que había algo que aún no conseguía superar: lo que peor llevaba era escuchar el alarido de las ballenas cuando esas modernas lanzas metálicas perforaban fatalmente su fina piel y la capa de grasa que la protege. Entiéndanme bien, con esto no digo que tengamos que rasgarnos  las vestiduras llenos de indignación. Un compañero noruego me dijo una vez que la caza de ballenas hay que verla en su contexto, y añadió " igual que vuestras corridas de toros" . Quizás llevara razón. 

Comparto con ustedes esta entrevista, a bordo de un barco que cruzaba unos impresionantes fiordos noruegos, donde nos dieron una caña y nos dejaron que pescáramos salmones, no ballenas. Yo soy hombre de secano, debo advertir para que nadie espere milagros. Algunos pescadores improvisados tuvieron éxito y sacaron pequeños salmones a la superficie. El grupo de periodistas lanzaba exclamaciones de júbilo cada vez que la caña de alguno se cobraba una nueva pieza de las aguas.  Yo empezaba a impacientarme. Tras hartarme de esperar a que picase algún pez despistado, al final sentí que el sedal tiraba un poco y me apresté a recoger mi presa. Redoble de tambores. No era un salmón, pero lo cierto es que no dejaba de ser original: un pepino de mar , animalito que vive en el fondo marino, sobre la arena, que en China consumí como un plato que se considera del mayor refinamiento culinario, pero que debería estar en un menú de degustación al que llamaríamos “Una y no más, Santo Tomás”. 

Los dejo con la entrevista que publicó la revista “Dinero” con " No Fish" Olsen.






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