Dubái, una historia de petróleo, sudor y lágrimas.

Es la ciudad que se permite todo lo que el dinero puede comprar. Pero ese dinero no lo tienen todos sus habitantes, sólo unos pocos, porque el resto de sus habitantes ni siquiera son considerados como ciudadanos. Comparto con ustedes un artículo, muy poco "políticamente correcto", que ha publicado hoy "El Debate". Se lo transcribo aquí abajo y añado más fotografías que tomé en la zona.
Así es Dubái vista a pie de calle: una moneda de oro con reverso de hojalata
Capital económica de Emiratos Árabes Unidos, la ciudad brilla como el enclave de negocios seguros y ventajosos en Medio Oriente.
Por Juan Girón Roger
Tras haber sido un emplazamiento de pastores nómadas desde el año 2.500 antes de Cristo, Dubái asumió el régimen de reino en el siglo XIX.
En los años 30 del pasado siglo, la ciudad era uno de los principales puertos mundiales de reexportación gracias a la comunidad de comerciantes iraníes e indios que se había formado por invitación del jeque reinante.
A partir del descubrimiento de petróleo –el oro negro-, en 1966, Dubái empezó a modernizarse a gran velocidad y se volvió la ciudad que hacía suyo todo lo que el dinero podía comprar.
Hoy, Dubái es la capital económica de los Emiratos Árabes Unidos y brilla como el enclave en el Medio Oriente donde los occidentales pueden hacer negocios con mayor seguridad y ventaja (el IVA no existía antes de 2018 y ahora es solo de un 5%).
La capital administrativa del país es Abu Dabi, mucho más conservadora y tradicional que su hermana, la que asombra al mundo con la torre más alta del mundo, el Burj Khalifa, a cuyos pies las fuentes lanzan sus chorros de agua iluminada por distintos colores al son de la música, un espectáculo que cada noche deja boquiabiertos a los cientos de compradores que salen de sus gigantescos centros comerciales.
«El edificio más hermoso del mundo» es el Museo del Futuro que tiene forma de anillo, costó 130,7 millones de euros y se ilumina por las noches. Con una actividad económica que no cesa, la construcción de rascacielos se recupera a ojos vista de la crisis provocada por la pandemia.
«Tiempos Modernos»
Y la actividad no se detiene, salvo cuando el termómetro marca más allá de 50 grados a la sombra. Entonces, las autoridades emiten un comunicado eximiendo a los trabajadores de sus deberes laborales.
Las instalaciones de la Exposición Universal de Dubái 2020, que costaron 7.600 millones de euros, se están convirtiendo en el Distrito 2020, un barrio residencial libre de automóviles.
La bicicleta será el medio de transporte necesario para cerca de 6 millones de futuros pobladores de la zona sur, con la extensión de los barrios que rodean la Expo y el Silicon Oasis. Otro imán para la mano de obra extranjera es el Dubai CommerCity, una zona libre para el comercio electrónico que costará cerca de mil millones de euros.
La población emiratí anda por el 20 % del total de habitantes del país. Las grandes empresas nacionales las dirigen ellos. En las grandes multinacionales, el trabajo lo realizan los expatriados bajo un contrato local que ofrece nula seguridad laboral, e impone la contratación de un 10 % de empleados nacionales emiratíes en posiciones de alta especialización a todas las firmas cuya plantilla supere los 50 empleados (y las compañías privadas deben pagar una multa de 1.570 euros al mes por cada puesto no cubierto).
Luego, están los «otros expatriados»: personal que carga sobre sus hombros las tareas más humildes y peor remuneradas. Son un ejército de egipcios, sirios, iraníes, iraquíes, bangladeshíes, chinos, nigerianos, afganos, pakistaníes, hindúes, nigerianos, ugandeses, vietnamitas y filipinos, entre los dos centenares de nacionalidades que conforman la masa laboral de base.
No incluyo en este recuento a las trabajadoras del oficio más antiguo del mundo, en su mayoría de Rusia y los países del este de Europa, que surten de «finales felices» a los huéspedes de los hoteles más exclusivos, así como las profesionales orientales que operan en redes de salas de masajes que van más allá del ámbito fisioterapéutico.
«El lado oscuro de la luna»
A veces, el jefe de estos «expatriados» de cuarta clase retiene sus pasaportes mientras están en plantilla o trabajan a comisión durante jornadas que no bajan de 10 horas –es el caso de ciertos taxistas que me refirieron esta circunstancia personal con resignación, ya que tal situación se plantea como «o lo tomas o lo dejas», y si lo rechazas, más te vale rezar con devoción para encontrar otro trabajo antes de que te expulsen del país–.
Estas masas de trabajadores viven en zonas baratas, barrios que los rascacielos no dejan ver. Otros trabajan y habitan en áreas como Sonapur, a las afueras de Dubái, donde cobran cantidades irrisorias por un trabajo manual muy duro: 160 euros al mes, parte de lo cual envían a sus familias en sus países de origen, según publicó este año el sensacionalista "Daily Mail".
Por si fuera poco, la pandemia obligó a muchas compañías a soltar «lastre laboral», con lo que muchos obreros fueron despedidos. Pese a que las autoridades de Dubái pidieron a las empresas que siguieran garantizando el alojamiento y el sustento a este personal despedido, muchas no cumplieron, según denunció el respetado rotativo británico "The Guardian".
Estos hechos llevaron a una situación en que el trabajador carecía de empleo y de dinero para volver a su casa, por lo que se tenía que hacinar en campos de trabajo que no pasarían ni el análisis de un inspector de trabajo europeo que estuviera harto de vino.
«El día de la marmota» al estilo de Dubái
Al caer la noche, con un calor sofocante que comienza a llevarse mejor, y cuando el canto de los almuédanos se va acallando, los «otros expatriados» salen a la calle y se reúnen para charlar, sentados en el suelo en grupos, bebiendo un refresco o un té, antes de irse a descansar para volver a empezar su endiablado «día de la marmota» dubaití al amanecer la próxima jornada.
El reverso de esta medalla de oro macizo de 24 quilates e incrustaciones de brillantes podría ser de hojalata. Depende de cómo valoremos el esfuerzo y las ganas de salir adelante frente a la adversidad.
Se dice que el sol luce para todos, pero cuando éste abrasa, en las residencias de alto standing, con piscinas climatizadas, se sobrelleva mejor.
Precisamente este mes, el vicepresidente y regente de Dubái, Jeque Mohammed bin Rashid aprobó una serie de resoluciones para aumentar la calidad de vida de los emiratíes, esos pocos afortunados que nacieron en el país de padres emiratíes, ya que llegar al mundo allí no garantiza la nacionalidad. Este plan va a mejorar los barrios residenciales y apoyará sus negocios familiares.
Mientras tanto en barrios como Satwa o áreas como Sonapur, los trabajadores «blue collar» saben que contribuyen a sacar el país adelante, pero que no pertenecen a él y, probablemente, nunca pertenecerán. Con todo, piensan en el milagro de trabajar en una ciudad como Dubái, consideran el valor de la ayuda que envían a sus familias y asumen su papel de «gente Kleenex». De usar y tirar.

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