Siguen dejando flores y besos en la tumba de Oscar Wilde en París

Fotos: Juan Girón Roger.
Comienzo con dos imágnes fúnebres del museo del Muelle de Branly en París, una de una máscara barroca mexicana de la época colonial que recuerda el vampirismo y otra de una efigie precolombina (siglo IX), azteca, que representa a la muerte. Todo con buen humor y ganas de aprender cosas nuevas. Ahora, me van a permitir un poco de música.
"RasKa Yu, ¿cuando mueras tú qué harás?", rezaba una popular canción del mallorquín Bonet de Sampedro. "Raska Yu, ¿cuando mueras qué serás? Tú serás un cadáver nada más". Lo cierto es que seguro que RasKa Yu no tenía pevisto que sus huesos descansansen en la meca de los cementerios románticos y con carácter: el cementerio del Père Lachaise en París,antiguamente conocido como el cementerio del Este y que sigue siendo el mayor de la ciudad. A esta construcción de diseño sorprendente le salió un hermano menor en el cementerio de la Recoleta, inaugurado en 1822 en Buenos Aires, del que les hablaré otro día.
En este camposanto, inaugurado en 1804, acaban de instalar una placa kilométrica pegada a lo ancho de sus muros exteriores laterales con los nombres de todos los caídos franceses en la Primera Guerra mundial. Luego, se ingresa en el lugar sagrado por la zona de Saint August y se comprende por qué este cementerio atrae a tanta gente, vivos y muertos. Estatuas desgarradoras, triunfantes, desoladoras , triunfantes, minimalistas, grandilocuentes comparten el espacio con unos cuervos enormes que se pasean entre los panteones y lanzan graznidos que recuerdan al poema de Edgar Allan Poe, aunque no escuché que ninguno de ellos consiguiera vocalizar el desesperanzador graznido del poema que sonaba como: "¡Nunca más!"
Antes de entrar al cementerio de Père Lachaise, noté que había en la calle varias oficianas de pompas fúnebres, una de las cuales tenía como empresa vecina un bar de copas con el nombre de "El purgatorio". ¿Pero es que ya no se respeta nada? Aunque es posible que el bar de copas ofrezca un acceso prematuro al camposanto a fuerza de cirrosis.
El cementerio fue concebido como un lugar de reposo para personas ilustres,sin importar que religion practicaban en vida. Hay tumbas católicas, judías, sintoistas, espíritistas, minimimalistas ( como la del músico Michel Legrand) e incluso alguna que, en vez de cruz o media luna, luce el símbolo del Partido Socialista ( ya saben, el puño con la rosa que tanto se utilizó por estos agos después de la Transición).
Escritores como Oscar Wilde ( en cuya placa de plexiglás protector, al pie de una imagen que recuerda a un nativo del Nuevo Mundo, alguien ha estampado un beso con carmín de labios rojo intenso), Molière, Proust, Apollinaire, Balzac, Beaumarchais; diplomáticos como De Leseps; artistas como Sarah Bernhard; músicos como Bizet, Chopin, Jim Morrison, o Édith Piaf; espíritas como Kardec; cineastas como Méliès o Yves Montand, o banqueros como James de Rothschild, son algunos de los eminentes vecinos de este lúgubre barrio parisiense.
"¡No hay nada que caiga y no se borre! ¡Misterioso abismo donde el espíritu se confunde!A algunos pies bajo tierra, un silencio profundo, ¡y tanto ruido en la superficie!". Sobre el frontispicio del panteón, las palabras del poema de Victor Hugo ponen al más alegre en situación y lo arrastran a una cruda realidad en la que pocos queremos pararnos a pensar.
Es muy difícil ver cada panteón suntuoso ni cada finado precedido por la fama. Al salir de aquel inmenso terreno, atiborrado de tumbas y túmulos que rivalizan en la representación de algunos de los rasgos morales de los que se fueron, uno tiene la impresión de que los que allí se quedan aguardan nuestra próxima visita. Y no porque nuestro presupuesto nos vaya a permitir ser inhumados en Père Lachaise, sino porque, a fuerza de ser visitados por legiones de turistas todos los días, estos personajes de la historia no acaban de resignarse a olvidar el arte de recibir, pese a que la mayoría de los visitantes ni se molestan en anunciar su presencia, aunque sólo fuera con una simple tarjeta con una esquela con los bordes enlutados. Las buenas costumbres son las primeras que se pierden.

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