Todo queda en familia: la fuerza de las dinastías empresariales

Foto de apertura por cortesía de liv-bruce de Unsplash.
Mantener una dinastía empresarial con buena salud no es tarea fácil. A menudo implica renunciar a los proyectos propios en aras salvaguardar el patrimonio familiar. Aun así, no es raro ver cómo en la segunda o tercera generación una dinastía se apaga.
El catedrático de Harvard David Landes habla de dinastías familiares al referirse a aquellas que reúnen un mínimo de tres generaciones de negocio familiar desarrollado en la continuidad tanto de identidades como de intereses. El fenómeno nació en la Edad Media y cobró mayor peso en el siglo XIX. Güell, March, Ybarra, Urquijo, Ussía, Mahou, Botín son algunos apellidos de dinastías empresariales que nos vienen a la memoria.
Landes asegura que la empresa familiar vence a situaciones de inseguridad y falta de confianza gracias al elemento particular de la personalidad del empresario, a menudo amparado por el factor minoritario de una etnia o cultura.
Los dejo con un reportaje que publicó en enero de 1990 la revista “Futuro”, del Grupo Rizzoli-Corriere della Sera, con fotos de María Arribas, que contaba cómo se perpetuaban las dinastías empresariales que empezaron hombres como Enrique Sánchez; Joan Rosell, padre; Luis Suñer; Miguel Garrido Caras; Esteban Rivas o Enrique Sánchez, entre otros.

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