Tremendismo, surrealismo y arte callejero definen Montmartre

Fotos: Juan Girón Roger.
Caminando desde el barrio parisino del Barbès, donde antes ondeaba la enseña de los almacenes Tati para bolsillos marcados por la escasez, se llega fácilmente al barrio de los artistas, a Montmartre, donde se erige la impresionante iglesia del Sacré-Coeur. A su alrededor, hay un sinfín de callejas, con artistas que te ofrecen plasmar tu retrato en un abrir y cerrar de ojos. También hay cuestas con interminables tramos de escaleras y, como no podía ser menos, galerías de arte, una de ellas especializada en la obra de Salvador Dalí, cuyos grabados venden a partir de 900 euros. Desde mi punto de vista, éstos son de un dudoso gusto, por mucha afición al surrealismo que le echemos al asunto.
La basílica del Sacré-Coeur exige que se suban bastantes escaleras para visitarla, pero desde arriba se ve una panorámica de la ciudad de las luces que compensa el esfuerzo. El Sacré-Coeur, consagrada en 1919, se sitúa en la parte más alta de la ciudad sobre la colina de Montmartre. La basílica tiene también sus gárgolas y guarda el simbolismo de la derrota gala en la guerra franco-prusiana de 1870, así como de la represión contra los comuneros parisienses de 1871 que fueron masacrados tras haber ocupado un parque de artilleria y ejecutado a dos generales del ejército francés. El que la muerte de los comuneros se conmemorase en la basílica hizo que durante algún tiempo, la gauche divine mirase con malos ojos a este templo que para ellos representaba la religión más conservadora.
La boca de metro que nos aleja del barrio es la más profunda de la ciudad, ya que está excavada en la falda de la colina de Montmartre. Antes de viajar a las profundidades del metropolitano parisiense, un vistazo por los alrededores nos hace descubrir el monumento a la cantante franco-egipcia Dalida, que popularizó "Gigi l´amoroso" al otro lado de los Pirineos. Esa estatua reproduce el busto de la artista, hablando de lo cual llama la atención lo gastada que está la superficie de sus senos. ¿La razón? El manoseo continuo de los viandantes, ya que alguien dejó correr la voz de que acariciar esos pechos de bronce traía buena suerte. Algo asi como la creencia de que frotar un décimo de lotería sobre la chepa de un jorobado ( al estilo de Quasimodo) convertía en ganador al susodicho documento.
Pero si lo que buscamos es tremendismo, nada mejor que la plaza de Suzanne-Buisson. Allí se alza la estatua de San Denís, a cuyos pies se abre un pequeño estanque. La estatua lo representa sujetando su cabeza, separada del tronco, sobre su pecho.Cuentan las crónicas que en tiempos de los merovingios, la evangelización de París fue obra de San Denís, primer obispo y misionero enviado por el Papa Clemente.
San Denís llegó a la santidad a través del martirio. Cuenta la tradición que, junto al archidiácono Eleuterio y al padre Rustique, fue decapitado en el año 273 de nuestra era.Santa Genoveva decidió en el año 475 construir una basílica sobre la tumba del santo decapitado . El templo se hace famoso porque se afirma que los milagros se sucedían entre sus muros: paralíticos, ciegos y hasta endemoniados eran sanados por intermediación de San Denís.Ya en el siglo IX, el abad Hilduino se hizo eco de la llamada cefaloforía, según la cual San Denís, tras perder la cabeza, se agachó, la recogió y la llevó hasta una fuente para lavarla. Si a algunos les costó creer la leyenda del jinete sin cabeza, que relató Washington Irving, los retamos a analizar y asumir esta historia.
Dicen que la fe mueve montañas y, por lo que se ve, la higiene da alas a los muertos y los pone en movimiento.Ya se decía en una obra de Bram Stoker que "los muertos viajan deprisa". Será eso.

Comentarios

  1. Gracias por este adentramiento en el París que añoro y al que no voy desde hace demasiado tiempo, nunca tanto.

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    1. ¡Gracias, amigo Félix! A ver si te dejas caer por allá pronto. ¿Un fin de semana, quizás?

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