Combarro: el arquetipo de la Galicia tradicional

Fotos: Juan Girón Roger.
Este pueblo pesquero se encuentra a sólo 5 kilómetros de Pontevedra, desde la que se puede llegar en coche, a pie ( si se tiene muy acentuado el espíritu de peregrino jacobeo) o en un autobús de la compañía Monbus. Combarro, que obtuvo el título de “conjunto histórico artístico” en 1972, está considerado como uno de los pueblos más bellos de Galicia y dispone de la mayor concentración de hórreos de toda la comunidad autónoma gallega. Reúne nada más y nada menos que 60 hórreos (tradicionales construcciones de granito para almacenar grano y víveres a salvo de las inclemencias del tiempo) , de los cuales la mitad está alineada frente a la ría de Pontevedra para facilitar llegada y salida de materiales y otros productos por vía fluvial.
Tampoco faltan cruceiros en el pueblo. Se trata de cruces esculpidas en granito que incluyen las efigies de la Vírgen María y de Jesucristo crucificado -con la particularidad local de que la imagen de la Virgen mira hacia el mar mientras Jesucristo está orientado hacia el interior- que son frecuentes en las culturas celta y galaico-castreña.
En este sentido, dos expertos en la materia me explicaron que, “aunque lo celta vende mucho”, lo cierto es que los últimos estudios refutan que Galicia tenga un origen celta, sino que más bien sería galaico-castreño, unas raíces que se remontan a la Edad de Bronce, como demuestra la abundancia en la comunidad de castros -poblados fortificados que construyeron los ancestros de los gallegos en lugares elevados para protegerse de ataques enemigos y para crear un vínculo con el más allá-.
Sobre estas líneas, algunos aspectos del Castro de Vigo.
De los cruceiros se ha dicho que se levantaban en cruces de caminos donde podría haber algún culto brujeril ( las meigas, ya saben) y así se protegía al lugareño temeroso de Dios que circulase por esas sendas.
Si seguimos visitando Combarro, llaman la atención sus características casas mariñeiras, también frente al mar. Son viviendas de dos plantas, la de abajo dedicada a almacén, muchas de ellas pintadas con los colores de las barcas de sus propietarios.
En verano, los turistas forman enjambres de visitantes que dejan poco espacio para transitar por sus estrechas calles o frecuentar sus restaurantes sin haber reservado con anterioridad una mesa. Pero el desvío a este pueblecito vale la pena y seguro que en invierno hay menos turistas y el pueblo se le ofrecerá casi en exclusiva.

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