La Coruña: ¿sería su torre el decimotercer trabajo de Hércules?

Fotos: Juan Girón Roger.
En Galicia encontramos las murallas romanas íntegras más antiguas que se conservan (Lugo) y también el faro más viejo que se mantiene en pie y funcionando ( la Torre de Hércules de La Coruña). Sólo por eso, los visitantes que busquen una experiencia única no deberían pasar de largo ninguna de las dos ciudades. Hoy les voy a llevar a La Coruña. Recuerden que el dicho insiste que es ahí donde la gente de Galicia se divierte. Lo cierto es que hay una amplia oferta cultural y los bares tampoco faltan. Además, La Coruña fue la capital del Reino de Galicia desde el siglo XVI hasta el siglo XIX.
Tiene la mayor densidad poblacional de toda la comunidad autónoma. Se han hallado evidencias de asentamientos prerromanos, como los de las tribus de los brigantes y los ártabros. Sus orígenes, algunos los hacen llegar a los fenicios (Coruña sería una derivación de la palabra “Kern”, cuerno, en aquella antigua lengua hablada en lo que hoy son Líbano y Siria)). De ser así, los romanos habrían reconstruido mucho de aquel territorio. El historiador Paulo Orosio, siglo V después de Cristo, escribió: “Donde Brigantia, ciudad de Gallaecia, levantó como atalaya hacia Britannia, un faro altísimo que se cuenta entre las obras que merecen ser recordadas”.
Esto nos lleva hasta la Torre de Hércules, el faro más antiguo del mundo que aún sigue en funcionamiento. ¿Quién lo construyó? Hay teorías para todos los gustos. Los hispanos decían que había sido el mismísimo Hércules. Los irlandeses ( según su Libro de las Invasiones) dejaron escrito que quien lo levantó fue el rey céltico Breogán, descendiente del linaje de Goidel Glas, rama de donde vendrían los celtas gaélicos. Los romanos se lo adjudican también, como quedó dicho por Orosio: lo cierto es que en el siglo I después de Cristo, el emperador Claudio -aquel que tan bien describió el autor Robert Graves- daba comienzo a la conquista de Britannia (las islas británicas) y necesitaba un faro en este emplazamiento para guiar a sus navíos en esa ofensiva. El emperador Domiciano habría tomado el testigo en la construcción y mantenimiento: ya se sabe, las obras de Palacio, van despacio. Una visita a este complejo arquitectónico de 53 metros nos deja sin resuello (por lo estrecho de sus escaleras y el tiempo límite que se da al visitante para permanecer en la torre), pero nos recompensa con unas vistas fantásticas del océano y la ciudad.
El rey celta Breogán en dos representaciones artísticas
¿Se preguntan cómo lograban iluminar el faro en aquellos tiempos? Parece que en lo alto había un inmenso candil de aceite rodeado por espejos que amplificaban su brillo. ¡Un prodigio del ingenio! Pero todo tiene su fin (como diría el viejo grupo pop “Los Módulos”). Con el declive del imperio romano, la Torre de Hércules cayó en desuso como faro y, ya en plena Edad Media, se utiliza como fortaleza para vigilar posibles ataques o invasiones sarracenas o vikingas, que enemigos tampoco faltaban. No fue hasta finales del siglo XVII cuando la torre se rehabilitó como faro (con sus muros, ventanas y bóvedas interiores originales). En 2009 fue declarada patrimonio cultural de la Humanidad por la UNESCO.
Pero La Coruña no se queda sólo en eso. El paseo marítimo de la ciudad es el más largo de Europa (13 kilómetros de longitud ininterrumpidos frente al mar). Su parte antigua está llena de edificios con mucho carácter, algunos pazos y una arquitectura muy distintiva.
La plaza de María Pita es digna de un desvío. Se erigió en honor de la heroína que defendió a los coruñeses al grito de “¡Quien tenga honra, que me siga!” contra la invasión británica de 1589, dirigida por el antiguo corsario, almirante Francis Drake, gran amigo de todo lo español (siempre que pudiera cargarlo en sus navíos de guerra -o con patente de corso- como botín incautado al contrincante, claro).
Aún se conservan restos de sus viejas murallas, así como el castillo de San Antón, hoy museo, que desde el siglo XVI, desempeñó un papel clave frenando los ataques de la Armada británica y, a partir del siglo XVIII, como prisión. Merece la pena darse una vuelta por esa fortaleza que se mantiene muy bien y muestra una extensa galería de piezas arqueológicas que nos trasladan a los albores del nacimiento de la ciudad.

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