Lope de Vega, el hombre al que nunca se le secaba el tintero.

Fotos: Juan Girón Roger.
Solía trabajar por la noche en su escritorio, a a luz de la candela, produciendo historias y versos que su fértil imaginación le dictaba. Por la mañana, desayunaba torreznos y aguardiente y paseaba un rato por su pequeña huerta en la que había árboles frutales como naranjos y granados, recuerdo del tiempo en que estuvo exilado en Valencia por un libelo que había escrito despechado contra una dama.
Hablamos de Félix Lope de Vega Carpio, el llamado Fénix de los Ingenios, Monstruo de la Naturaleza, dramaturgo y sacerdote, con debilidad por las mujeres y una amplia prole de descendientes habidos fuera y dentro del matrimonio, que escribió la friolera de casi 2.000 comedias teatrales y 3.000 sonetos, además de novelas, epopeyas , relatos breves y poemas. Fue clave para el desarrollo del teatro en el Siglo de Oro, ya que renovó y sentó las bases de las obras que se representarían hasta finales del siglo XVIII: rechazó las reglas de tiempo y lugar y aceptó la de la acción, mientras propiciaba la interacción entre personaes de distinta clase social, con lo que sus piezas tenían un increíble dinamismo que mantenía al público embelesado hasta que caía el telón.
Junto a Tirso de Molina y Calderón de la Barca, formó el triunvirato del teatro barroco español ( Fuenteovejuna, La dama boba, El perro del hortelano, El caballero de Olmedo... son algunas de sus obras que siguen representándose en nuestros días).
Lo llamativo del caso es que si queremos pasar un rato entretenido, es posible visitar su casa-museo, en la calle Cervantes de Madrid, que ha sido mantenida tal y como estaba cuando él vivía (la residencia había pertenecido a su rival Góngora y la compró y se instaló en ella en 1610, con 43 años, hasta que se lo llevó la Parca a los 72 años).
Aunque muchos elementos son de su época, no necesariamente formaban parte de los enseres de los que se rodeó el dramaturgo en aquellos años. Los relicarios con pequeños huesecillos de santo sí parece que fueron suyos. Se puede ver además su dormitorio, así como la sala de las damas y el dormitorio de los niños que, curiosamente, llevaban talismanes más propios de la santería cubana que de la España de Felipe II o Felipe IV para ahuyentar a los malos espíritus y, especialmente, mantener a la muerte a raya, ya que que la mortalidad infantil en aquellos años era enorme.
También se puede ver el altar y la efigie de San Isidro, santo patrón de Madrid, que quedaban a la vista del Fénix de los Ingenios cuando éste se hallaba en su dormitorio, en cuya cama con dosel estaba guarecido por telas protectoras contra los mosquitos, las chinches y otras alimañanas.
Mención aparte merece el dormitorio del Capitán Contreras, un antiguo guerrero del Tercio de Flandes que se alojaba en la residencia de Lope debido a la obligación que tenían los dueños de las casas de dos plantas de alojar a una persona. El Capitán Contreras tuvo mucha amistad con Lope y sin duda le sirvió de inspiración para algunas de sus obras. Lope de Vega también tuvo como rival a Cervantes ( que fue quien le llamó Monstruo de la Naturaleza) y mantuvo relaciones amistosas con Quevedo y Ruíz de Alarcón.
En la fachada de la casa, sobre la puerta de entrada, hay un refrán latino grabado en la piedra: "Lo nuestro, aun siendo grande, se nos antoja pequeño; lo del prójimo, aunque sea pequeño, nos parece grande". Creo que se trata de una descripción certera del espíritu español, tan dado a denostar a sus propias figuras y a alabar a las de otras geografías. No hemos cambiado mucho, me temo. Pocos consiguen ser profetas en su propia tierra.Y menos en ésta que nos ha tocado en suerte poblar.

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