NYC: Sobrevivir a la sombra de los rascacielos

Texto y fotos: Juan Girón Roger.
“Ocho millones de historias tiene la ciudad de Nueva York” (“Pedro Navaja”, canción de Rubén Blades).
La llaman la Gran Manzana. NYC (New York City). Es un crisol de culturas donde el español se escucha a menudo en sus calles y barrios. El lujo y el oropel se dan la mano con la miseria. Para colmo de males, los precios se han disparado y me dicen que los salarios también han subido, “excepto para la gente más desfavorecida” (a quienes definen como “rock-bottom population”: es decir, los habitantes cuyos recursos financieros no pueden caer más bajo). Sin embargo, no vi apenas gente mendigando por las calles, salvo a una señora de origen sudamericano que en el metro exhibía un cartel pidiendo ayuda para comprar pañales para sus hijos.
Al mismo tiempo que una parte de los habitantes de la ciudad pasa calamidades, el poder económico se fortalece. Las reuniones de las Naciones Unidas llevan por las avenidas de Manhattan a los altos dignatarios en furgones negros celosamente escoltados. Los rascacielos asisten al espectáculo diario de este gran hormiguero de seres humanos. Muchos de ellos anteponen el trabajo, por la compensación que supone, a la vida familiar o al ocio con los amigos. No es que no se sepan divertir, es que no les queda tiempo.

Mientras tanto, la ciudad sigue creciendo hacia arriba. Frente a Manhattan, los otros cuatro distritos de Nueva York (Brooklyn, Queens, Bronx y Staten Island) se aprovechan de la cercanía al centro de los negocios. En los barrios de esos distritos unidos a Manhattan por ferry o por subway (metro) se abren nuevos hoteles en zonas que son todo menos turísticas. Yo estuve alojado recientemente en un hotel en el distrito de Queens que ofrecía unas tarifas menos prohibitivas que las del resto de las escasas cadenas a las que aún les quedaban habitaciones disponibles para las fechas en que yo viajaba. Así que recalé en Long Island City, dentro del distrito de Queens, en un polígono industrial a una distancia del metro de 25 minutos caminando. Eso sí, caminando entre depósitos de residuos tóxicos, llantas carbonizadas, naves industriales protegidas por alambre de espino, cubos de basura volcados, restos de almuerzos al aire libre dejados por ciudadanos escasamente respetuosos con la higiene urbana, un entorno poco recomendable para visitantes. No en vano, pegados a los postes callejeros podían leerse avisos de una productora de telefilmes indicando que en breve se iba a rodar una serie de policías en aquella zona, que está claro tiene un indudable gancho cinematográfico si se va a filmar una película sobre los bajos fondos.
Long Island City fue la zona elegida por Jeff Bezos para montar la central de Amazon. Tenía la idea de construir un helipuerto para su uso privado, pero las autoridades rechazaron su oferta y Amazon pasó de largo.
New York, New York… it’s a wonderful town! -Nueva York, Nueva York… ¡Ciudad maravillosa! (Canción de Kander y Ebb -1977-, inmortalizada por Frank Sinatra).
El metro neoyorquino es peligroso cuando atardece. De día tampoco es un lugar seguro. La crónica negra es reveladora: dos pasajeros apuñalados en los últimos días, una señora empujada a las vías tras una discusión con un desconocido en Brooklyn ( el mes pasado fueron dos turistas mexicanas las que fueron arrojadas a las vías del metro en Manhattan) , tres pasajeros y un policía heridos por el arma blanca de un sujeto que se había colado en el metro ( allí se los llama “evasores de tarifas”) y un niño de 11 años muerto por el llamado “surfismo del metro”, una práctica alentada desde las redes sociales que impulsan a algunos jóvenes en busca de emociones fuertes a pasearse sobre el techo de un tren en marcha o viajar en la parte exterior trasera de los vagones. El alcalde de Nueva York, Eric Adams, ha anunciado que reforzará la presencia policial en el subterráneo. Con todo, no parece una misión fácil de cumplir.
Las últimas cifras hablan de un aumento de la delincuencia en Nueva York: con un 20% más de asaltos callejeros y un 25% más de delitos en el metro. Tradicionalmente, las agencias de viajes recomendaban no mirar a la cara de los pasajeros del subterráneo neoyorquino por si alguno se rebotaba y te sacaba un machete Buck made in USA. Yo seguí ese consejo y solo observé a la gente del vagón de reojo. Por si acaso.

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