Roscoff, un enclave en Bretaña a la medida del visitante anglosajón

En el departamento de Finisterre de la Bretaña francesa, que es como un puente con Irlanda y Gran Bretaña a tiro de ferry, se alza el puerto de Roscoff. Lo visité hace cuatro años y me sorprendió muy gratamente. Llaman la atención sus construcciones en granito: su puerto viejo (siglo XVII) y las residencias de sus ricos armadores y hombrs de negocios (siglo XVI), con remates de gárgolas y detalles arquitectónicos característicos muy bien conservados.
Para los británicos, Roscoff era el origen de los llamados Onion Johnnies, aquellos granjeros bretones que vendían ristras de cebollas rosas en bicicleta cada por casa en el Reino Unido hasta finales de los años 50 del pasado siglo y que llegaron a representar el estereotipo del francés en tierras británicas: vendedores de cebollas que iban en bicicleta, muchos tocados de una boina y a los que sólo les faltaba llevar una baguette bajo el brazo. Brittany Ferries acabó uniendo Roscoff con Irlanda ( 15 horas hasta Cork, recomendado para espíritus marineros con una buena reserva de Biodramina) y con el Reino Unido ( cinco horas y media hasta Plymouth, por aguas a menudo agitadas).
El progreso y desarrollo económico del lugar comenzó en el siglo XIX, gracias al comercio con Gran Bretaña de productos tales como telas, madera, cebollas y sal que se exportaban desde Roscoff.
Roscoff está considerado como el puerto pesquero más británico de la Bretaña francesa. Se ha desarrollado considerablemente la talasoterapia ( que la seguridad social gala paga a cada ciudadano si el médico se lo recomienda al paciente aquejado de estrés, dolores de espalda o problemas dermatológicos... y el médico de cabecera no suele poner problemas para recetar el tratamiento en uno de estos centros). En Roscoff, cuyas aguas son muy ricas en yodo ( cuya carencia ocasiona mixedema y bocio, entre otras patologías), se abrió el primer centro de talasoterapia de Europa, allá por 1899, donde el doctor Bagot curaba las enfermedades reumáticas. De hecho, aun hoy en día Roscoff es uno de los puntos de producción de algas más importantes de Finisterre.
El turismo es otro de los imanes de esta localidad. Sus calles encierran tesoros arquitectónicos, retazos de una rica historia tales como la iglesia renacentista y gótica de Nuestra señora de Croaz Batz (siglo XVI) o la llamada casa de María Estuardo, reina de los escoceses. Y no se pierdan una costa cuyas puestas de sol son memorables. No hay que olvidar tampoco la isla de Batz, con preciosas playas y jardines botánicos (más de 2.000 plantas de todo el mundo) y hasta una popular roca que se asemeja a un trasero humano. A la isla se puede acceder por ferry desde la bahía.en tan solo 15 minutos.

Alabastros del siglo XV producidos probablemente en un taller de Nottingham.
Su gastronomía recuerda a la gallega: crêpes, galletes, mariscadas, sin olvidar la repostería a base de caramelo con mantequilla salada (muy popular en Bretaña) de las que las confiterías tradicionales del lugar han sabido hacer un atrayente cebo para los turistas (¡abstenerse los hipertensos!).

Reloj de sol con un inquietante mensaje: "Temed la última".
En suma, un bello rincón de la Bretaña francesa que aún hoy visitan multitud de pasajeros británicos e irlandeses para cruzar este pequeño charco sin necesidad de travesar el Canal de la Mancha y, sobre todo, sin dejar de sentirse un poco en casa.

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