Niza: de símbolo del irredentismo italiano, a capital del glamour francés

Fotos: Juan Girón Roger.
  Niza es la perla de la Costa Azul. Es donde muchos franceses querrían vivir -acuérdense de la divertida película “Bienvenidos al Norte”- porque hace buen tiempo, es bonita y tiene mar, aunque los precios estén por las nubes.
Sus calles recuerdan a una ciudad italiana. Los locales hablan francés y también el nizardo, emparentado con el occitano, y los nombres de las calles aparecen rotulados en francés y en nizardo. Un flamante tranvía nos lleva del aeropuerto al centro de la ciudad por 1,80 euros. La Vieja Niza está llena de encanto. Destaca su mercado de flores que, por la noche, se convierte en zona de terrazas y bares. La plaza Masséna (centro de la ciudad) y la plaza Garibaldi son puntos neurálgicos.
Los distintos puertos acogen yates de ricachones de los cinco continentes. El Paseo de los Ingleses es un recorrido salpicado de hoteles de lujo frente a la playa de arena dorada. La Bahía de los Ángeles, como también se la conoce, será sede de los campeonatos franceses de rugby y también etapa final del Tour de Francia.
Un poco de historia. Fundada en la antigüedad por los griegos, Niza se levanta hoy al lado de Cannes y a corta distancia de Mónaco y su casino en Montecarlo. La ciudad es la patria chica de Giuseppe Garibaldi, el hombre que unificó Italia. Porque Niza era Italia, pero a Francia le interesaba ese enclave para controlar el paso meridional de los Alpes y trató de invadirla en distintas ocasiones. La última vez fue en 1860, cuando la anexionaron al Hexágono. Fue una consecuencia de un vergonzoso acuerdo que se firmó en papel mojado. Fue el Tratado de Turín por el que París se quedaba con Niza y Saboya a cambio del respaldo francés a Italia en su enfrentamiento contra Austria. Pero Francia dejaría colgada a Italia sellando unilateralmente la paz con Viena y dando la espalda a sus aliados transalpinos.
Se realizó un referéndum controlado por los franceses donde los habitantes de Nizza, italianos de toda la vida, votaron que querían ser franceses (o eso se dijo, ya que no se les facilitó ninguna papeleta con la palabra NO y el ejército francés amenazó a quien se opusiera a la anexión con enviarlo a presidio). El rigor de las elecciones se puso duda en toda Europa y Garibaldi no fue el único en calificarlas de farsa. Pero así Francia se quedó con Niza, capital de los Alpes Marítimos, como había hecho ya con Saboya.
 Garibaldi trató de unificar Niza con Italia, pero las tropas francesas aplastaron el intento. En 1871 hubo elecciones libres: Garibaldi y la opción del regreso a Italia lograron la victoria. Pero los fusiles contrarrestaron a las urnas: un voto, un disparo. Un contingente de 10.000 soldados franceses reprimió a la población. Se prohibió hablar italiano y se procedió al afrancesamiento metódico y forzoso. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano proclamada en París en 1789 quedaba relegada como otra burla más. Los italianos irredentistas reclamaron de forma infatigable la restitución de Niza. Su éxito, a la vista está.
Este territorio me gusta, me conviene, me encaja en mi visión del imperio, pues me lo quedo y gracias. Ya en 1543, el rey galo Francisco I y el pirata turco Barbarroja invadieron la ciudad, por lo que el corsario recibió como recompensa por sus servicios carta blanca para saquear la villa y llevarse a más de 2.000 habitantes de Niza como esclavos. Andrea Doria y Alfonso de Ávalos, a las órdenes de Carlos I de España hicieron que los invasores batiesen en retirada.
Hoy Niza es una ciudad francesa, llena de “glamour”, con el “Silicon Valley” europeo en sus inmediaciones ( la localidad de Sophia Antipolis) -también con un considerable índice de delincuencia: dinero no solo llama a dinero-, a la que vuelven sus ojos con envidia -sana o malsana- los ciudadanos del norte del país, donde, como dicen por allí, “ il fait moins bon d’y vivre” ( o sea, que se vive peor).

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