Francisco Pradilla tenía gestas, además de pintura, en su paleta.

Para muchos, la imagen cinematográfica de Juana “la Loca es Aurora Bautista en su antológica interpretación de “Locura de amor”, que dirigiera Juan de Orduña en 1948. Para los asiduos a las pinacotecas, la imagen pictórica de Juana “la Loca” no es otra que la que recreó Pradilla Ortíz y se conserva en el Museo del Prado: Doña Juana la Loca” (que en 1878 conquistó la medalla de honor en la Exposición Nacional de Bellas Artes, en España, y se llevó una medalla de honor en la Exposición Universal de París de ese año). Otras obras suyas que se pueden visitar en el Prado son el Cortejo del bautizo del príncipe don Juan, hijo de los Reyes Católicos, o La reina doña Juana "la Loca", recluida en Tordesillas.
El Museo de Historia de Madrid ofrece una exposición que pasa revista a sus evocaciones históricas, alegóricas y escenas medievales, cuadros al aire libre, costumbrismo y modernidad, retratos, acuarelas y dibujos.
Así como hay grandes autores literarios que se especializan en el relato histórico y la biografía, también en pintura hay quien privilegia el legado que la Historia nos va dejando. Un ejemplo claro fue el zaragozano Francisco Pradilla Ortíz (1848-1921), que se especializó en temas referentes a finales del siglo XV y principios del siglo XVI. El lienzo de historia fue enormemente popular en la pintura española a partir de 1856 y hasta 1890. Hacia 1906, este género pictórico comenzó a perder el interés del público y la crítica. Francisco Pradilla se alzó como el representante de este estilo más valorado a escala internacional.
Con escasos estudios en sus inicios, supo labrarse un porvenir en su campo (estudiaría en la Escuela de Bellas Artes de Zaragoza, la Escuela Superior de Pintura y Escultura de Madrid, la Academia Española de Bellas Artes de Roma -que llegaría a dirigir-). Dirigió el Museo del Prado (“semillero de disgustos” donde trabajó dos años y le salpicaría el escándalo de la desaparición de un pequeño boceto de Murillo).
Destacó en su tiempo como un pincel que sabía poner en contexto los temas históricos. Dejó la gestión museística y se refugió en su palacete madrileño para, lejos de las obligaciones burocráticas y administrativas, dedicarse por entero a pintar, y recibir las visitas de amigos como Pérez Galdós, Núñez de Arce o el propio rey de España.
Se deben a él los lienzos de Alfonso I el Batallador y de Alonso V el Magnánimo de Aragón, rey de Nápoles, así como La rendición de Granada que, en 1893, recibiría el primer premio en una exposición de Múnich. Tampoco hay que olvidar tantas otras obras de gran inspiración, como su cuadro El suspiro del moro, así como La lección de Venus al amor, por citar sólo algunas.

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