David Seymour, visión idílica de la catástrofe palestina.

Foto, por cortesía de hurrah-suhail de Pexels.
Las impresiones del fotógrafo judío polaco David Seymour en Israel pueden contemplarse en el Centro Sefarad-Israel de Madrid hasta el 9 de julio. Esta exposición de fotos del recién creado Estado de Israel (Seymour realizó varios reportajes fotográficos entre 1951 y 1954 para la agencia Magnum, en cuya formación había participado) muestra el lado amable de la vida en aquellas tierras de Oriente Medio, con instantáneas que evocan la resolución, el tesón, la resistencia y el deseo de arraigar de los israelíes.
La muestra coincidirá con el 15 de mayo, fecha en que se conmemora mundialmente “An Nakba” (la hecatombe, la catástrofe, el desastre, el cataclismo del pueblo palestino), que supuso la expulsión de la mayoría árabe palestina de sus hogares mediante la acción de los milicianos sionistas y del nuevo ejército israelí que masacraron a poblaciones enteras (por ejemplo, Deir Yassim, donde pereció un centenar de habitantes como consecuencia de una matanza planificada al milímetro); destruyeron más de 400 localidades palestinas; amenazaron a los legítimos pobladores que aún quedaban y procedieron a violar metódicamente a mujeres y niñas en un ejercicio de terror programado. Se trataba de llevar a cabo una labor de limpieza étnica para sembrar el pánico y abrir paso a las apisonadoras de los nuevos colonos que levantaban kibutz –granjas de gestión colectiva- y asentamientos al mismo ritmo que se extendió la bíblica plaga de langostas que asoló a los egipcios, según refiere el Antiguo Testamento (más de 600.000 judíos llegaron desde Europa a Israel en los primeros tres años desde la creación del nuevo Estado). Ya lo había dicho David Ben-Gurión -que sería primer ministro de Israel-: “Tenemos que echar a los árabes y ocupar su lugar”. El viejo truco de "quítate tú, que me pongo yo".
David Ben-Gurión y Golda Meir, unidos por sus reivindicaciones sionistas.
Foto, por cortesía de mihriban de pexels.
Las fotos de David Seymour reflejan aquellos primeros años: la fría mirada de la miliciana sionista, el orgullo del padre del niño recién nacido en Israel, el gesto de desconfianza del pescador judío, la alegría de los colonos llegando por mar a la Tierra Prometida, y los bailes para celebrar sus asentamientos en los territorios ocupados (que la británica Declaración Balfour de 1917 -ignorando los derechos de los palestinos- les había prometido para fundar el Estado de Israel -Eretz Israel, la Tierra Sagrada-, aspiración que materializaron en 1948).
Además, la exposición muestra los primeros shekels que se emitieron en el Estado de Israel, así como una hucha -para la recaudación de fondos para el Keren Kayemeth (Fondo Nacional Judío) de Israel.
Y junto a las imágenes conmemorativas de un Estado incipiente, el reverso de la medalla: “An Nakba”. En 2016, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu no dudaría en referirse a ésta con cierto cinismo: “Israel nunca fue responsable de la tragedia palestina; los responsables fueron sus líderes”. Y la comunidad internacional deja hacer y vuelve la espalda a millones de personas que han tenido que solicitar asilo político en otros países o volverse apátridas a la fuerza.
Porque para que unos pocos fueran felices, se decretó la desgracia para una amplia mayoría (empezaron arrebatando más de 17.000 kilómetros cuadrados de tierra palestina al desposeer y echar a unos 350.000 palestinos en 1947, hasta llegar a entre 750.000 y un millón de árabes palestinos que fueron expulsados de su patria y convertidos en refugiados; este colectivo actualmente integra a más de siete millones de almas que, de volver a su patria, serían mayoría en el país y podrían aplastar a los israelíes en las urnas). Por eso, Israel rehúsa permitir el regreso de quienes fueron forzados a una diáspora igual o más injusta que la sufrida los por judíos entre los años 722 y 607 antes de Cristo, cuando asirios y babilonios destruyeron el reino hebreo y los obligaron al destierro. Se ha visto que el Estado de Israel ha aprendido la lección de sus verdugos y ahora aplica con mayor rigor la misma medicina a los palestinos.
Con todo, una popular consigna palestina repite “¡Sana´ud!” (“¡Volveremos!”). Aunque la Historia más reciente nos enseña que, como tantas otras, esa promesa no incluye fecha de cumplimiento. Y ya se sabe que un compromiso, si no va acompañado de medidas con un plazo de ejecución, deja de ser un compromiso.

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