Dubái, atrapada entre tradición y futurismo

Fotos: Juan Girón Roger.
Lo viejo y lo nuevo se quieren dar la mano en la capital económica de los Emiratos Árabes Unidos, Dubai. Pero ese apretón de manos no es fácil de conseguir. Dos sonidos representan esos dos mundos. De un lado, la llamada de los almuédanos desde los minaretes de las mezquitas ( hay más de 2.150 templos islamicos en la ciudad) cinco veces al día. Del otro, el chirrido producido por la aceleración de algún Lamborghini o Ferrari en el céntrico Sheikh Zayed Road (los dueños, emiratíes, de los coches de gran cilindrada eligen las horas de la noche,con escaso tráfico,para poner a prueba la fuerza de sus motores). Dubai era desierto antes de los años 70 del pasado siglo y, desde entonces, no ha hecho más que crecer y evolucionar a fuerza de petrodólares (son la sexta mayor reserva del mundo de "oro negro"), con la esperanza de convertirse en ejemplo de urbe moderna, abierta y cosmopolita en la región del Golfo Arábigo o Pérsico, según se prefiera ( Khaleej, la llaman ellos).
Y es que Dubái presume de ofrecer todo lo que el dinero pueda comprar, aunque la Historia no está en venta. Por eso, encontramos un zoco y construcciones que recuerdan a las de adobe de finales del pasado siglo en la región, pero que ahora están fabricadas con cemento que se agrieta por las altas temperaturas. Lo mas antiguo que he visto en la ciudad es un poste de los años 20 del siglo pasado, en tiempos del protectorado británico (1820-1971).
Como en toda esta parte del mundo, es importante tener “al Wasta” (relaciones) para cerrar contratos y navegar con éxito en los negocios. Y es frecuente que el dirigente emirati dé un plantón a su cita de negocios occidental sin haberla prevenido antes de que no podía o no pensaba acudir a ella. Por suerte, lo habitual es que en lugar de un emiratí, los interlocutores suelan ser personas muy preparadas de la India o gestores británicos. Pero no se llamen a engaño: llegar, ver y vencer no es una tarea nada sencilla por aquellos lares.
Desde el punto de vista social y laboral, Las desigualdades sociales presentan distancias estratosféricas, pero tampoco parece importar mucho; todo gira -como en el tango famoso- en torno a los expatriados de las compañías que operan en aquella ciudad. En esta localidad musulmana, muchas mujeres llevan chador ("Chérie, je t´aime; chérie, je t´chador", cantaban en la popular tonadilla "Mustapha", de Bob Azzam, en los años 60 del pasado siglo) , niqab o burqa para cubrirse el rostro y lo ahuecan un poco para hacer llegar la cuchara y poder comer en lugares públicos, y en la playa se embuten en un burquini como si fueran hombres rana. Con todo, para los demás, las costumbres se relajan y se adaptan al gusto – y a la sed de cerveza y licores- de esos residentes foráneos que trabajan en la ciudad donde se alza Burj Khalifa, la torre más alta del mundo, cuya fachada exterior escalaba Tom Cruise en "Misión Imposible 4:el protocolo fantasma", moderna torre de Babel que, para algunos, corre el riesgo de acabar como su antecesora mesopotámica en los libros de Historia.
La tradición y la religión no se libran del toque capitalista en Dubái. Observen si no el anuncio de esta lujosa tienda que dice al potencial comprador que el Ramadán no es sólo ayuno, sino también todas esas pequeñas cosas tales como los vestidos de alta costura o los complementos de marca.
No es una ciudad para peatones, ya que quien la diseñó seguro que tuvo más presentes a los viajeros sobre ruedas que a los viandantes. Lo cual es poco ecológico, a mi parecer. Se tarda una barbaridad en recorrer distancias aparentemente sencillas, debido a que el camino y las aceras se truncan por autovías que obligan al peatón a desandar el camino y buscar rutas alternativas para llegar a su destino. Algunos pasos de peatones -desiertos pasadizos subterráneos o accesos por encima de las autovías- facilitan la labor, pero son escasas. Así que prepárense a gastar las suelas de sus zapatos -que sean cómodos- y a sudar la gota gorda si, una vez en Dubái, pretenden ir a pie de aquí para allá.
La construcción, los megacentros comerciales ( "malls"), la innovación importada, el negocio del turismo (en el primer trimestre de este año, han alcanzado el 98 por ciento del volumen de los niveles previos a la pandemia respecto a visitantes internacionales) y también el de la carne florecen en Dubái. Y no me refiero al negocio de los filetes de añojo “halal” (aptos para el consumo de los clientes musulmanes) precisamente. Eso no impide que en los hoteles se indique como pauta de cortesía la prohibición de demostrar en público actos de afecto. Pero desde el ocaso y hasta el alba, estos establecimientos de lujo son escenario del trasiego de señoritas con ligeros y sugerentes vestidos fáciles de quitar, venidas de los países del Este y de otras partes del planeta, que hacen su agosto en servicios de todo incluido a domicilio o en el hotel. Antes, las damas de la noche en la región solían ser egipcias y los árabes las llamaban “sharamit” (mujeres públicas, ya me entienden), pero hoy son escort girls de alto standing, con aspecto de modelo y con frecuencia rubias, muy cotizadas entre los clientes de Oriente Medio. Y esto a pesar de que Mahoma prohibió esta práctica en el siglo VII después de Cristo.
En Dubái, hay mucho dinero. Pero son muchos los llamados, pero pocos los elegidos que lo tienen en abundancia. Por eso, son populares los outlets o los CBBC ( Concepto de Carnaval de Grandes Marcas) que se celebran una semana al año. Ropa,bolsos, perfumes, relojes, y cientos de cosas más, de marcas conocidas y de otras cuyos nombres que no he oído en la vida, se venden a precios de saldo, y por ello, se forman grandes colas ante los accesos a tales manifestaciones comerciales.
Con la mirada puesta en un futuro anticipado, en el día día, algunas empresas tratan de llevar la robótica a las empresas, y venden o alquilan robots para distintas funciones o servicios ( entrega de paquetes, servicio al cliente, funciones industriales).Uno puede comprar, alquilar o contratar los servicios del robot. Adquirir uno de estos ingenios industriales en propiedad puede ir desde los 2.700 euros hasta cerca de los 450.000, según la complejidad del robot. Los árabes del Golfo ven con buenos ojos estas novedades tecnológicas, aún lejos del universo robótico que proponía el escritor de relatos de ciencia ficción Isaac Asimov.
Lo nuevo y lo viejo. Cae la noche sobre Dubái y las aceras despiden ese calor pegajoso que se fue acumulando durante el abrasador día. Parecería que bajo nuestros pies hubiese una extensa instalación de hornos a pleno rendimiento. La mente de los arquitectos e ingenieros está ahora puesta en el nuevo centro tecnológico (Technology Hub) de Dubái, un edificio singular que piensan levantar en la urbe para reclamar el lugar que consideran les corresponde en este sector. ¿Acaso no tienen los rusos su Skolkovo como centro de innovación a las afueras de Moscú? Razón de más para que Dubái también tenga el suyo.
En esa céntrica avenida antes citada, destaca una construcción en forma de futurista donut un tanto deformado. Es el Museo del Futuro, diseñado por arquitectos de Killa Design y por ingenieros de Buro Happold, que inauguró el mismísimo Jeque Mohammad Bin Rashid Al Maktoum, Vice Presidente y Primer Ministro de la Unión de Emiratos Árabes Unidos, y Dirigente de Dubái. De él se guardan frases lapidarias sobre la modernidad y la innovación en el citado museo: "El secreto de la renovación de la vida, la evolución de las civilizaciones y el desarrollo de la Humanidad es simple: la innovación" o "Quizás no vivamos cientos de años, pero el producto de nuestra creatividad deja un legado persistente después de que hayamos desaparecido". Del museo, dijo nada menos que era "el edificio más hermoso de la tierra". No en vano, la caligrafía árabe concebida por el pintor emiratí Mattar bin Lahej que adorna la fachada exterior no es otra cosa que una serie de citas solemnes del jeque sobre el futuro ( "Al Mustakbal", en árabe). Esa fachada está compuesta por más de 1.000 piezas de acero inoxidable manufacturadas mediante un proceso asistido por un robot hasta completar una superficie de 17.600 metros cuadrados. Tiene una altura de 77 metros y ocupa un área de casi 30.550 metros cuadrados. El edificio circular, nuestro donut deformado, representa a la Humanidad, mientras que la parte verdosa sobre la que se asienta sería la tierra y el agujero del donut evocaría el incierto futuro.
En el vestíbulo del museo, se ofrece al visitante la oportunidad de crear "fragancias de ensueño" a través de una perfumería algorítmica.Lo cierto es que el diseño del interior de ese donut futurista nos recuerda imágenes casi expresionistas de la película "Metrópolis" (1927), de Fritz Lang. Allí también había dos mundos, el de los poderosos que regían la sociedad y vivían arriba y el de los obreros esclavizados de las fábricas, que trabajaban como autómatas bajo la superficie. Pero cualquier parecido con la realidad es pura coinciencia. ¿O no?.

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