“Lo oculto”: cuando la musa tiene cuernos y apesta a azufre.

Foto, por cortesia de francesco-ungaro de pexels.
En esta historia que les voy a contar podemos decir que los pinceles -no ya las armas- los carga el diablo. Porque el arte siempre sintió la paradójica frialdad de la sombra demoníaca. El museo nacional Thyssen -Bornemisza nos propone hasta el 24 de septiembre un recorrido por “lo oculto” en las obras de su rica colección. Y lo hace a través de siete secciones: la alquimia; la astrología; el espiritismo; la teosofía; el chamanismo; los sueños, oráculos y premoniciones, y, también, la demonología. Me van a permitir que me centre en este último aspecto ( rama de la teología que estudia a los demonios tanto desde la óptica del mito como de la religión) , que me ha parecido más literario y con mayor enjundia. El demonio, Pedro Botero, Satanás, Belcebú, Lucifer. El mal -la antítesis del bien- tiene muchos nombres.
Las religiones lo han incorporado a su repertorio, porque el Maligno es la otra cara de la moneda del dios benefactor. Despierta temor, respeto, puede que hasta indiferencia, y en algunos casos, la fidelidad de sus adoradores, a menudo aquellas almas condenadas que fueron llamadas brujas, sorprendidas en sus aquelarres, torturadas, ajusticiadas y quemadas en la hoguera.
En el caso de esta muestra pictórica, Satanás ha servido de inspiración como su imagen sirvió como símbolo maléfico a través de los tiempos. Si echamos la vista atrás, , los antiguos egipcios creían en Apofis (también conocido como Apep), que dominaba el inframundo. En los libros de Zoroastro y en la religión persa, el demonio era llamado Ahrimán, quien mandaba un ejército de 2.333 diablos que se entretenían en sembrar el caos, el odio, la peste, provocar las guerras y las enfermedades. Para los caldeos, había siete demonios, dioses del mal a los que llamaban Shedu. Los sumerios tenían a Asag, el demonio ante cuya presencia hervían las aguas de los ríos abrasando todo lo que respiraba dentro de los mismos. En esa misma línea, Pazuzu era el despiadado diablo que desataba las tormentas según la creencia mesopotámica.
Para el judaísmo, existirían nada menos que 72 compañías de demonios (Dybbuk, Samyaza) que sumarian un total de 7.405.926 seres malignos, según revela el Talmud. El islam tampoco se ha librado de esta presencia maléfica y temen la figura del Shaitan y sus ayudante Iblís, un genio o yinn malintencionado. Sin querer ser exhaustivo, pasamos a los cristianos, que renuncian a Satanás (Vade retro, Satana!), así como a los ángeles caídos (los nephilim tendrían relaciones íntimas con mujeres humanas), los súcubos, los íncubos y otras manifestaciones del Maligno.
“El ángel caído”, escultura en el madrileño parque del Retiro, obra de Ricardo Bellver. Foto de Wikipedia.
“Lo oculto” nos arrastra hasta unas imágenes bellas, fruto de pinceles reconocido. Pero esos cuadros hay que contemplarlos dos veces y no perder ningún detalle. Sólo así se descubre el huevo de Pascua cuidadosamente escondido en el conjunto pictórico.Es lo que ocurre en "La Piedad" ( 1633), de José de Ribera ´El Españoleto´, que muestra una imagen escamoteada en un pliegue de la sábana de Cristo. Unos ojos diabólicos que escudriñan a quien mira el cuadro, a menudo sin que éste se percate.
"Jesús, entre los doctores" (1506), de Alberto Durero.
"San Miguel, expulsando a Lucifer y a los ángeles rebeldes" (sobre 1622), de Peter Paul (del taller de Reubens).
Hans Baldung Grien muestra a Eva rodeando con su mano el tronco del árbol del bien y del mal, en una de cuyas ramas se sitúa la serpiente. El cuadro de titula “Adán y Eva” (1531).
En “La muerte y la doncella” (1520), el alemán Baldung convierte a Adán en la mismísima muerte. A la izquierda, del mismo autor, “La caída del hombre” ( 1519).
“La crucifixión” (1335) de Vitale de Bologna, donde el diablo viene a buscar el alma del mal ladrón.
“Las tentaciones de San Antonio” (1520) de Jan Wellens de Cock.
El diablo trata de falsear el peso de las almas de San Miguel en esta tabla (1510) de Hans Suess von Kulmbach.
Coches fúnebres, cadáveres descarnados se confunden con la multitud en las calles de esta “Metrópolis” (1916-1917), diez años antes de que Fritz Lang llevase el guion de Thea von Harbou a la pantalla grande) que se debe al pincel de Georg Grosz.
El influjo de Satán se deja sentir en esta selección de obras de la colección Thyssen-Bornemisza. Es uno de los siete aspectos del universo ocultista que sugieren al visitante, quizá el universo más inquietante y aterrador. Les aconsejo que no lo duden y vayan si pueden para contemplar de cerca esas obras, no sea que el Maligno se aburra por falta de visitantes. Y ya se sabe que, cuando el diablo no tiene nada que hacer, mata moscas ( o lo que le pida su escamoso cuerpo ) con el rabo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Jackeline Cacho, entre las mujeres latinas más influyentes de EEUU: "No podemos huir de los problemas"

Pablo Gonz: ¿Triunfar en la literatura comercial? Es posible, si te olvidas de los escrúpulos.

Vacaciones con el Expediente-X en la maleta