Cuando guardábamos a la familia en álbumes.

Fueron los antecedentes de aquellos álbumes de fotos que nuestros padres clasificaban con esmero: nacimiento, cumpleaños, primera comunión, vacaciones, y hasta la boda. Antes de que Monsieur Disdéri idease la “carte de visite” en papel albuminado sobre un soporte rígido, no eran habituales las fotografías en este formato que más tarde serían universal.
Y es que, a mediados del siglo XIX, este fotógrafo parisino -André Adolphe Eugène Disdéri – que llegaría a ser retratista oficial de Napoleón III, patentó un sistema de positivado de 10 fotos en una sola hoja que podían ser cortadas después en formato 6 x 9 centímetros, o lo que es lo mismo, al tamaño de una tarjeta de visita al uso en aquellos tiempos. El procedimiento de Disdéri (patentado en 1854) le dio el tiro de gracia al popular daguerrotipo. Éste había sido presentado en París por Louis Daguerre con el respaldo del Estado francés en 1839, pero pasó a mejor vida al generalizarse en Europa y Norteamérica las nuevas “tarjetas de visita” fotográficas, coleccionables, intercambiables, que se mostraban en reuniones sociales, y a un precio que la mayor parte de los distintos estamentos sociales podía permitirse al menos de vez en cuando.
Disdéri contribuyó a que la fotografía documentase la vida cotidiana de las personas y más aún, creó la simiente de la futura costumbre de inmortalizar los momentos sonados de las familias mediante un retrato fotográfico. Pero como en la fotografía, en la vida también encontramos luces y sombras: Disdéri no escapó a los efectos del adagio de que lo que te llega con facilidad, también lo acabas perdiendo fácilmente. El fotógrafo saltó a la fama y amasó una fortuna que terminó por malgastar, viéndose relegado a ejercer como fotógrafo ambulante en la ciudad de Niza, en cuyo hospital para indigentes abandonaría este mundo en la ruina más absoluta.
La Biblioteca de la Comunidad de Madrid muestra estos días una exposición que rinde homenaje a estos pioneros de la fotografía analógica. Podemos contemplar las cámaras, los álbumes, los motivos y los estilos de aquellas fotos románticas de un personaje de cuerpo entero, en tres cuartos, en un grupo o en un busto individual (a veces, iluminadas a todo color) de encuadre vertical que supusieron en parte el comienzo del declive del retrato pictórico.
Clifford, Eusebio Juliá, Martínez de Hebert, y Jean Laurent fueron algunos de los fotógrafos que se establecieron en Madrid y nos dejaron un rico legado fotográfico.
Aquellos profesionales del objetivo tenían que trabajar con un cliente que les llegaba fatigado -una familia o una persona sola- tras subir a pie cinco pisos hasta llegar, sudoroso y sin aliento, a las buhardillas donde se situaban los estudios fotográficos: ¡Lograr la máxima iluminación obligaba a instalarse en las alturas! …y el ascensor no se implantaría en la capital hasta dos décadas después de la aparición de la “tarjeta de visita” fotográfica.
Una vez peinado y acicalado ante un espejo, el modelo debía posar con el cráneo apoyado en un “sujeta cabezas” (algunos clientes equiparaban esa experiencia a sufrir un instrumento de tortura) y delante del fondo que el artista había elegido.
Era entonces cuando el fotógrafo se enfrentaba al momento de la verdad; era en ese preciso instante cuando necesitaba lograr una composición armoniosa, acertar plenamente con las poses propuestas, y, sobre todo, con los tiempos de obturación y de proceso. Solo así podría llegar a buen fin y lograr unas “cartes de visite” impecables que le hicieran ganar un cliente agradecido que además lo recomendaría a otras personas. Acto seguido, se presentaba un largo tiempo de exposición (de varios minutos como mínimo), siempre y cuando se contara con las condiciones idóneas de luz para sensibilizar los negativos de vidrio al colodión húmedo. Una tapa delante del objetivo y hasta la propia mano del fotógrafo hacía las veces de obturador (un elemento que no se empezó a usar hasta 1866 en Alemania y Norteamérica). Entonces, la suerte estaba echada. Y se obraba la magia del retrato.

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