Carta de auxilio de un espía portugués
Aquel hombre estaba desesperado. Al otro lado de las rejas del locutorio del centro penitenciario de Alcalá de Henares, Pedro Damião Palmeira estaba jugando su última baza. Si daba resultado, quizá podría salvar el cuello. De lo contrario, el porvenir se le presentaba negro. A Sor Mariana Alcoforado se le atribuyeron en el siglo XVII las célebres “Cartas de amor de una monja portuguesa”. Palmeira constituía un reflejo dramático, ya adentrados en 1980, de aquellas misivas: su iniciativa era más bien “carta de auxilio de un espía portugués”. Y es que Pedro Damião Palmeira había sido miembro de la Policía Internacional y de Defensa del Estado, la efectiva PIDE lusitana que sirvió para que Oliveira Salazar (al frente de la dictadura portuguesa desde 1932 hasta 1968) eliminase cualquier atisbo de disidencia interna.
La PIDE hizo bueno aquel dicho de que “las paredes oyen”, se infiltró con éxito en los movimientos independentistas de Angola y Mozambique, y sobre todo, en el Partido Comunista. Los informadores abundaban y también los ciudadanos que eran denunciados, detenidos y torturados en las dependencias de aquella organización. En 1965, la PIDE participó en el asesinato del general Humberto Delgado, que había organizado un plan de oposición a Salazar y su “Estado Novo”.
En abril de 1974, con la Revolución de los Claveles, las masas se echaron a la calle y rodearon la sede lisboeta de la PIDE, en la Rua António María Cardoso. Los funcionarios que seguían en el edificio abrieron fuego contra los asaltantes. Se quemaron muchos archivos, otros fueron recuperados y entregados por el Partido Comunista al KGB soviético. Entretanto, se produjo un éxodo de antiguos agentes de la PIDE a España en busca de asilo. Pedro Damião Silveira había vivido una fuga rocambolesca que lo trajo a nuestro país, pero su pasado lo perseguía y pudo comprobar en sus propias carnes que, como rezaba el título de una película de finales de los 60 del pasado siglo, “nadie huye eternamente”.
A Palmeira no le quedaban opciones y el tiempo jugaba en su contra. Por eso envió una carta a mi atención al diario “El Imparcial”, del que yo era redactor en aquellos días. Me pedía que fuese a visitarlo a la presidio para escuchar su historia, hacerla pública y quizá darle una oportunidad antes de ser extraditado a Portugal, donde estaba convencido de que le esperaba un futuro cierto y nada halagüeño. Así lo hice.
Tras la entrevista y la publicación del reportaje, no tuve constancia de que se quitase la vida y tampoco trascendió si fue o no entregado a las autoridades lusas. El suyo fue un relato trufado de retazos de la entonces reciente historia del país vecino. Un recorrido vital que, para su desgracia, se traducía en que, a los ojos de la sociedad, a menudo los patriotas de ayer se consideran como los traidores de hoy.
Los dejo con el reportaje:
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