Nostalgia de glorias pasadas y culto a "la grandeur": el bonapartismo nunca se fue.

Fotos: Juan Girón Roger
Para unos fue un estratega y un visionario que dio alas a Francia para volar a gran altura. Para otros, el artífice de una visión que buscaba adueñarse de toda Europa a sangre y fuego. Lo cierto es que sus ejércitos invadieron buena parte del continente y también de África. Junto a la violencia devastadora de los cañonazos y la crueldad refinada de sus “dragones” cabalgando con su espada desenvainada y apuntando directamente al frente -muy activos en tierras españolas-, el emperador Napoleón Bonaparte no dejó muchos amigos en el plano internacional. En el ámbito nacional francés, fue desterrado y murió sin los fastos a los que era tan aficionado.
El año pasado se cumplió el primer bicentenario de su muerte. Napoleón es una figura poliédrica que lo mismo puede arrancar hoy el aplauso de los franceses más patrioteros que la imprecación de ciudadanos de países que fueron avasallados por sus tropas hace más de 200 años. Era práctica frecuente el pillaje a la francesa, que implicaba que un experto en obras de arte acompañaba a los ejércitos galos en sus incursiones guerreras en territorios soberanos. Estos expertos determinaban qué rapiñar o qué destruir. “À la guerre comme à la guerre!” (¡En la guerra, todo vale!).
He tenido la oportunidad de visitar hace pocos días en París, el Museo del Ejército, en los Inválidos, de donde ningún nostálgico del general de la mano escondida entre los botones de la pechera sale defraudado. Les cuento por qué. Distintas galerías muestran las hazañas del militar corso y hasta se puede ver uno de sus caballos -disecado, claro está- marcado a fuego en el lomo con la N coronada de las caballerizas del emperador.
Así que comenzaré hablándoles de este símbolo de cuatro patas. Napoleón tuvo otros caballos, como “Mogador” y “Le Jafa”, pero a este equino al que llamaban “le Vizir” ( el visir) le tomó mucho aprecio. Sobre él cabalgó Napoleón en las batallas de Iéna y de Eylau. Acompañó a su augusto jinete durante 12 años –este caballo árabe purasangre fue un regalo del sultán de Turquía y vemos que dio sobrado juego a Napoleón- e incluso lo siguió al exilio en la isla de Elba en 1814. El animal falleció con 33 años en 1826 y fue enviado a Inglaterra para que lo disecasen y, al mismo tiempo, para preservarlo de posibles represalias de los enemigos de Napoleón en Francia. Acabó siendo expuesto por la Sociedad de Historia Natural de Manchester hasta que se decidió devolver la reliquia a Napoleón III. Regresó a Francia en 1868 y fue a parar a un almacén del Museo del Louvre, pero el Museo del Ejército lo reclamó y, desde 1905, lo exhibe no muy lejos de la cúpula de los Inválidos, donde yace actualmente Napoleón en un regio sarcófago.
El acceso actual a la cúpula bajo la que se conserva la tumba de Napoleón es todo menos discreta. Recoge el apego al aparato y el gusto por lo grandioso, por lo imperial al estilo romano, por los honores póstumos faraónicos, que alparecer caracterizaban al emperador destronado. Una placa en la parte superior de la entrada refiere: “Deseo que mis cenizas reposen en las orillas del Sena en medio de este pueblo francés al que tanto quise”.
Alrededor del sarcófago –que alberga cinco féretros uno dentro de otro : de madera de caoba, de hierro, de madera de ébano y dos de plomo que envuelven las cenizas de Napoleón- , podemos leer en las paredes de mármol frases del estadista galo que nos hacen pensar que, tal como indica el popular dicho español, el emperador no tenía abuela: “Cooperad en los designios que yo creo para la prosperidad de los pueblos”; “He demostrado que incluso en medio de la guerra no he descuidado las instituciones y el buen orden del interior”; “Por dondequiera que mi reino pasó , dejó huellas duraderas de su bienestar”; “Mi único código por su sencillez ha hecho más bien en Francia que la ingente cantidad de todas las leyes que me han precedido”.
Tras el fracaso estruendoso de las llamadas Guerras Napoleónicas, Napoleón había acabado en el destierro, en la isla de Santa Elena, a casi 2.000 kilómetros de la costa angoleña en África, donde falleció en 1821. Tuvieron que pasar 19 años para que el rey Louis-Philippe I -en un periodo en que en Francia el inmovilismo y la represión borbónicos habían hecho surgir infinidad de nostálgicos del Imperio napoleónico y sus pasadas glorias- ordenase la repatriación de las cenizas de Napoleón en diciembre de 1840. Éstas llegaron en un féretro con el símbolo del cetro y la paloma y se inhumaron inicialmente en una sepultura en el jardín del Hotel Nacional de los Inválidos, mientras se construía su tumba definitiva, diseñada por Visconti, bajo la cúpula de aquella edificación. En la cour d´honneur (patio de honor) del edificio se alza una gran escultura en bronce del emperador, obra de Seurre.
Sepultura original en los jardines de los Inválidos donde yacieron inicialmente los restos de Napoleón antes de ser ubicados en el sarcófago bajo la cúpula.
No lejos de la tumba napoleónica, se encuentra la de su hermano Joseph Bonaparte, muy impopular en España a raíz de la invasión napoleónica de nuestro país. El pueblo lo apodaba “Pepe Botella” (“Pepe Botella, baja al despacho. No puedo ahora, que estoy borracho” era una de las coplas que le dedicaron) y fue objeto de desprecio y chanza por parte del pueblo invadido.
Pero lo que a Napoleón se le había antojado como un paseo triunfal, se le fue de las manos y acabó segando la hierba bajo sus pies y bajo sus planes de megalómano. La guerra de la Independencia española (1808-1814) contra el invasor francés fue el principio del fin del Imperio de Napoleón. Él mismo lo admitió en su destierro de la isla de Santa Elena: “Esta desgraciada guerra de España ha sido una verdadera herida abierta, la causa principal de las desgracias de Francia”.
Las corazas de las tropas napoleónicas eran vistosas y elegantes. Al carabinero Antoine Fauveau, caído en Waterloo en 1815, la coraza parece que no le sirvió de mucho.
Esta escultura en la zona napoleónica del Museo del Ejército en París se llama, ¿cómo si no?, "¡Viva el Emperador!"
Más de un lustro consumido en una de Guerra Independencia, que movilizó a 300.000 soldados franceses que se emplearían a fondo contra la población civil, la guerrilla y el ejército de España, y contra los soldados británicos y portugueses. “Debilitado en España, el Gran Ejército es aniquilado mientras se retira de Rusia,” reconocen en el Museo del Ejército en los Inválidos.
El Hotel Nacional de los Inválidos, fundado en 1670 por Louis XIV en Paris para recoger a los soldados heridos o de edad avanzada, es también la sede del Museo del Ejército, con más de 13.000 metros cuadrados de salas de exposición y una media de 1,2 millones de visitantes al año. Como dato curioso, el museo hace varias referencias a España, como el intento fallido de Napoleón de establecer una dinastía en nuestro país bajo el cetro de su hermano Joseph como rey ; la derrota en Bailén bajo el ataque de los ejércitos español, británico, portugués ( Napoleón había invadido Lisboa por la negativa lusa a aplicar un bloqueo a los británicos) y los guerrilleros españoles ( que practicaron por primera vez la llamada lucha de guerrillas, “Petite Guerre” o guerra asimétrica, con resultados demoledores contra los invasores franceses); la llegada a España de Napoleón para restablecer la situación en noviembre de 1808, y una situación que duró cerca de cinco años de intensas escaramuzas populares y batallas militares que acaban con la retirada de los franceses y con la toma de Toulouse (10 de abril de 1814) por parte de los efectivos hispano-británicos y portugueses que perseguían a las tropas galas que volvían huyendo a su país ( las tropas aliadas llegarían hasta Burdeos).
Es de resaltar que en aquella guerra, España fue devastada, se perdieron cerca de medio millón de vidas de nuestros compatriotas (entre 300.000 y 500.000, según las fuentes), mientras que los franceses tuvieron 200.000 bajas. Los desastres de la guerra llevaron en 1815 a una deuda en las arcas públicas españolas de más de 12 000 millones de reales, 20 veces más de lo que se ingresaba normalmente cada año. Otra lamentable consecuencia fue una terrible crisis de mortandad en 1812 debida al hambre que provocó la escasez de bienes (cosechas desastrosas, la industria hecha trizas).
Frente a las calamidades materiales, hubo asimismo muestras de la miseria humana más allá del pillaje de franceses e ingleses, con una serie de bochornosas deslealtades por parte de los aliados mandados por Londres que agravaron el empobrecimiento de España. Por orden de Wellington, los ingleses no dudaron en bombardear la industria textil de Béjar, competidora directa de la inglesa, ni, cuando los franceses ya habían abandonado la ciudad en desbandada, titubearon a la hora de destruir la Real Fábrica de Porcelana del Buen Retiro en Madrid. El absolutista Fernando VII (paradójicamente llamado “el deseado”, pero también, merecidamente, “el rey felón”) recuperaría su corona pactando su neutralidad con Napoleón en 1814, firmando la paz con Francia y permitiendo al emperador mantener protegido su flanco sur. Cosas de las guerras, del egoismo y la debilidad de carácter de ciertos reyes, y en resumidas cuentas, de la naturaleza humana, que a veces es más negra que la pez.
El museo muestra una placa con un tributo a los excombatientes franceses que huyeron de la Francia ocupada por la Alemania nazi a través de nuestro país. Y también recuerda a los suboficiales caídos en el “champ d´honneur” (o sea, por la patria) en la Primera Guerra Mundial, la Gran Guerra (1914-18).
Napoleón es hoy un personae controvertido y también, una marca. Al margen del coñac Courvoisier que lleva su nombre o del licor Mandarine Napoléon (“grande liqueur imperiale” con sabor a mandarina), su imagen sigue interesando. No ha llegado a la universalidad icónica del Che, pero algunos hasta lo incluyen como ¡uno de los grandes nombres de la historia del manga japonés! Ver para creer. ¡Si l´Empereur levantase la cabeza, igual hasta lo agradecía con un "domó ajigatú"!

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