Un Día de Difuntos, con acento transilvano

Foto de apertura, por cortesía de pexels-cottonbro
El primero de noviembre es el día de Todos los Santos, de arraigada tradición en nuestro país. Un día en el que los cementerios reciben la visita de los deudos y parientes de los difuntos, en que las floristerías sacan mayor beneficio a costa de coronas o ramos funerarios, en que algunos ciudadanos sencillamente se pasan por el camposanto para hacer una visita al ser querido que desapareció. En estos días, la Comunidad de Madrid está celebrando Halloween, sustituto anglosajón de nuestras costumbres patrias, con una visita a la estación de metro de Chamberí, sita en la plaza que lleva su nombre, y que quedó sin servicio –se ve que ya empezaba la obsolescencia programada- allá por 1966. Coincidiendo con el Halloween de este año, han organizado unas visitas guiadas que tienen como tema central no ya los andenes y pasillos abandonados de la estación fantasma por la que los trenes pasan fugazmente sin detenerse, sino la figura del escritor irlandés Bram Stoker y de su creación literaria, Drácula.
metrodemadrid.com
Los visitantes tienen la oportunidad de escuchar de los labios de un actor que representa a Stoker la historia de esta obra gótica del siglo XIX. No falta otro intérprete que encarna al conde sediento de sangre y algunas actrices que hacen de vampiras. El teatrillo tiene una finalidad divulgativa, y de paso, dar un par de sustos al respetable público asistente.
Pero lo cierto es que la figura de Drácula no tiene mucho que ver con nosotros, salvo que cuando los estudios cinematográficos de la Universal Pictures filmó la película de “Drácula” en 1931 con el húngaro Bela Lugosi como el siniestro conde, en paralelo, y utilizando los mismos decorados de sus estudios en Hollywood, se daban los golpes de manivela para rodar una versión en castellano, en la que el actor cordobés Carlos Villarías -que fallecería en California en 1976- era el conde Drácula. Para algunos estudiosos, esta última versión era mas atrevida y sugerente que la que se rodó en lengua inglesa.
Carlos Villarías, arriba, era la versión española de Bela Lugosi, sobre estas líneas.
Bram Stoker publicó su novela formada por los diarios de sus protagonistas en 1897. Se basó en leyendas eslavas reflejadas en baladas goticas bastante frecuentes en la primera mitad del del siglo XVIII (“La novia de Corinto”, de Goethe o “Der Vampir” de Ossenfelder), arrebatándole al personaje histórico Vlad Tepes el título de héroe nacional rumano –por evitar la invasión otomana de Valaquia- y convirtiéndolo en una criatura de la noche.
El personaje de vampiro perteneceiente a la nobleza ya lo habían ideado Lord Byron en “The Giaour” (1813) y John Polidori en su novela “El vampiro” (1819), donde el chupasangre era Lord Ruthven, inspirado en Lord Byron. Los seguirían otros muchos como Paul Féval con “La Vampire¨ ( 1865) o Sheridan Le Fanu, quien, en 1872, escribió “Carmilla”, sobre una joven vampira de tendencias lésbicas ( el cineasta francés Roger Vadim haría una versión para la gran pantalla titulada "Et mourir de plaisir", es decir "Y morir de placer").
Lo cierto es que el elemento de la inmortalidad, unido a una sensualidad exacerbada, hace de la figura del vampiro un referente para los amantes de la literatura fantástica y de terror. Además de los devoradores de textos vampíricos, también hay fanáticos de estos personajes que llegan más lejos en sus aficiones y por ello existen lugares de culto y clubes en torno a estos no muertos: Sister Midnight en 1-2 East 7th Street,de Nueva York, es un bar vampírico o , lo que es más inquietante todavía, cultos como el que tenía el filovampiro de triste recuerdo Rod Ferrell en Kentucky, donde actividades más propias de los juegos de rol que de la vida real se dieron la mano con la comisión de varios asesinatos. Este sujeto afirmó que bandas de culto vampirico rivales le habían tenido una trampa. La mayoría de sus seguidores, que en un principio se mostraban ávidos de saciarse de hemoglobina, acabaron tras las rejas. Ferrell fue condenado en 2000 a cadena perpetua. Cosas que pasan en América.
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Ya dentro de nuestras fronteras, en las España de los años 50 algunas personas iban al matadero para beber sangre de los animales recién sacrificados. Se decía que era bueno para la salud, para evitar la tuberculosis o para recuperarse de ella. Que nadie se espante. Seguro que no eran vampiros, como tampoco debían serlo los taiwaneses que hasta mayo de 2018 -cuando lo clausuraron- hacían cola en el Snake Alley (el callejón de las serpientes en Huaxi Street) de Taipei, con el sano propósito de beberse un refrescante vaso de sangre de serpiente recientemente “ordeñada” del infortunado ofidio que había tenido la desgracia de acabar dando con sus escamas en este peculiar rincón de la capital de la antigua Formosa. Yo los vi y uno de los asiduos me dijo “Yo la bebo a menudo, porque es excelente para la piel; la deja tersa y rejuvenecida”. La princesa húngara Elisabeth Báthory, que en el siglo XVI se bañaba en la sangre de las chicas que estaban a su servicio, no le habría puesto peros ni a una sola de esas palabras.

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